Pienso que somos quien somos gracias a nuestros recuerdos, nuestras memorias. Y pienso también que estas se reconstruyen constantemente en conversaciones que mantenemos internamente, conversaciones con nosotros mismos, pensamientos, evocaciones de momentos. Pero también creo que somos quien somos por el recuerdo y la memoria de los otros, de nuestros amigos, de nuestros familiares, de nuestros conocidos. Son los amigos y familiares los que nos recuerdan quienes éramos en algún momento. ¿Te acuerdas cuando? Nos dicen y algo nos pasa, nuestro cerebro recorre sus trillas, hace sus conexiones y… recordamos. Será en este dialogo, en estas reminiscencias que continuaremos construyendo nuestro ser, nuestras memorias. Pero para poder continuar siendo y para poder continuar viviendo también a veces es necesario olvidar.
Iván Izquierdo "El arte de olvidar"
Primera parte. Stalin y el olvido
"Stalin, el hombre que implantó el terror en la URSS no se fiaba ni de su sombra. Estaba condenado a la soledad absoluta. Apenas hablaba con nadie y, si lo hacía, era para mentir o manipular" Josep María Flotats
"En toda mi vida nunca había visto un hombre con personalidad tan repelente como la de Yezhov." Un viejo bolchevique.
En 1940 fotografiaron de esta forma al dictador soviético Iósif Stalin junto a su colaborador Nikolai Ivánovic Yezhov en la inauguración del canal Moscú-Volga. Por aquel entonces Yezhov era Comisario para el Transporte del Agua, cargo al que accedió tras caer en desgracia en su anterior puesto de director del NKVD, -la temible policía secreta soviética, precursora del tristemente célebre KGB-.
Ya desde antes de afiliarse al partido bolchevique en 1917, Yezhov admiraba profundamente a Stalin a quien tuvo oportunidad de conocer en 1928 durante un viaje de este a Siberia donde Yezhov se encontraba. En este viaje el padrecito Stalin se quedó impresionado por las cualidades del joven Nikolai, audaz e implacable cumpliendo órdenes, por muy despiadadas que estas fueran. Estas cualidades fueron las que le impulsaron dentro del Partido Comunista y el Servicio Secreto hasta alcanzar la cumbre de su carrera cuando fue nombrado responsable del servicio secreto o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) por orden directa de Stalin.
Yezhov estuvo al frente de la NKVD desde septiembre de 1936 a agosto de 1938, durante el periodo llamado la Gran Purga o Yezhovshchina (era de Yezhov), uno de los más tristes episodios de la siempre convulsa historia rusa. Durante esos dos años Yezhov ejerció de eficiente correa de transmisión y brazo ejecutor de los dementes deseos de su admirado Stalin, tiempo suficiente para purgar, torturar, desterrar a los Gulags siberianos y/o ejecutar a millones de personas. Le gustaba decir que "es mejor que sufran diez inocentes que dejar que un enemigo del pueblo escape".
Uno de los principales objetivos del delirio paranoico y homicida de Stalin en este periodo fueron casi todos los bolcheviques que habían tenido un rol importante en la Revolución de octubre o en el anterior gobierno de Lenin y con quienes Stalin hubiera tenido discrepancias políticas o simplemente no simpatizara. Stalin se ensañó con sus antiguos camaradas de partido, los que le habían visto ascender en él a base de brutalidad e intimidación, con el fin de eliminar físicamente a cualquier dirigente de la vieja guardia que representará una amenaza real o imaginaria para su liderazgo, así como a miles de cuadros medios del partido con alguna relación, real o inventada, con los dirigentes fusilados.
Sin embargo Stalin no se conformaba con la tortura y/o asesinato de sus enemigos políticos, para los más significativos y cercanos procuraba no sólo su aniquilación física sino también la de sus colaboradores y sus familiares, así como la eliminación de cualquier referencia a ellos en documentos y fotografías oficiales, más aún si en ellas aparecían cerca de Stalin.
Buscaba negar sus evidencias físicas y sentimentales, extirpar de raíz toda señal de ellos donde trabajaran, donde vivieran, amenazar e intimidar a quien aún admitiera conocerlos para borrar completamente no ya su existencia o las pruebas de ella sino hasta su evocación y recuerdo, lo que Stalin ansiaba era condenarlos al olvido absoluto. Y de lograr todo esto se ocupó durante dos años su fiel verdugo Nikolai Yezhov, por lo que era conocido como "el enano sangriento", por su baja estatura y su gustosa diligencia en extirpar contrarrevolucionarios.
Sin embargo, y como comentamos al principio, era sólo cuestión de tiempo que también este cayera en desgracia. La maldad intrínseca y efectividad matarife de Yezhov no fueron suficientes para salvarlo del castigo que tarde o temprano todos los altos cargos políticos de la Unión Soviética recibían como irónica recompensa de su trabajo. En agosto de 1938 Yezhov fue sustituido en la dirección de la NKVD por otro renombrado carnicero, Lauretii Beria, rebajándole al cargo de Comisario para el Transporte del Agua, periodo que duró apenas unos meses. En abril de 1939 fue detenido y nunca más visto. De él, como era el procedimiento habitual, se intentaron eliminar las evidencias de su cerrada colaboración con Stalin en los libros y hemerotecas soviéticas, siendo removido de aquella crepuscular foto junto al agua al lado de quien fue su maestro en la suerte de asesinar, de quien fue su líder y su verdugo, de quien le condenó a muerte y a olvido.
Segunda parte. Deformidades y olvidos
Del magnífico blog Un tren sobre la tierra traemos este texto preclaro sobre la llegada sigilosa, sin aspavientos ni declaraciones solemnes, del olvido a nuestro corazón, un día cualquiera, sin darnos cuenta.
Un tren sobre la tierra. Deformidades
A menudo una fractura ósea produce una deformidad manifiesta en el miembro afectado. Esta deformidad es mayor o menor en función del mayor o menor desplazamiento de los fragmentos. Al principio, después de la inmovilización o de la cirugía, la zona presenta a menudo un aspecto terrible: hinchada, con una angulación variable, la piel roja, brillante, macilenta. Por no hablar de las cicatrices.Muchos pacientes preguntan si eso se les va a quedar así. Si su brazo, o su pierna quedarán con ese aspecto, tan maltrechos, para siempre. Si seguirá doliendo. Para siempre. Yo les suelo decir lo mismo: que están en lo peor, que hay que tener paciencia. Que llegará el momento en que dejará de doler. Y que un día, pasado el tiempo, de repente se mirarán la zona donde tuvieron la fractura, la compararán con la otra y verán que no hay gran diferencia. Y se darán cuenta de que ya han olvidado siquiera cómo dolía.
Al principio me dolía respirar como si el aire estuviera hecho de arena. Después de que él se fuera, mis piernas iban buscando sentarse en todos los bancos de todas las calles, se dejaban olvidados los músculos en cada paso. Y sentía el corazón claramente deforme: mil fragmentos desplazados a años luz unos de otros, formando una constelación de llanto, exangüe, ingrávida, extendida por dentro de mi pecho, en las sábanas, en el espejo, y hasta en la suela de los zapatos.
Pero de repente me he dado cuenta: ya no duele. Sigue ahí, debajo de las costillas. Es uno solo, robusto, sano. Ha empezado a latir tan fuerte que se me escapa la risa por debajo de las uñas. He palpado con cuidado, me he tomado el pulso. He comprobado, efectivamente, que no hay gran diferencia. Sigue siendo el de antes, el mío. Sólo necesitaba tiempo, amor (y unas cañitas). Y cuando las circunstancias lo requieren, se vuelve igual de loco. Cualquiera diría que se ha olvidado incluso de cómo dolía.
Tercera parte. El desamor y el olvido
Un día llega la ruptura. Y esa persona que agitaba tu existencia, que hacía que tu cuerpo crujiera de felicidad como un barco de madera mecido por el mar ya no está a tu lado y los mundos que creasteis en tu interior colapsan y de ti no queda nada sino una carcasa de huesos, músculos y piel que trabaja y se alimenta mecánicamente, que recurre a automatismos mentales para apenas relacionarse con el mundo extramuros de su desolación.
Existen amores que marcan indeleblemente tu vida, anillos concéntricos de felicidad absoluta sedimentada en tus huesos que identificarán para siempre en tu alma esos tiempos gozosos de orgasmos feroces y miradas arrebatadas. Sin embargo, en la misma naturaleza de esos amores a quemarropa está sembrada la semilla de su final y un día algo desnivela el sutil equilibrio de vasos comunicantes de amor y poder que fluye entre cada pareja de amantes y algo se rompe y cambia el modo en que te mira y luego llega la lejanía y sin que tu cuerpo quiera reconocer ninguna de las evidentes señales del desplome, comienza el desamor.
Después llega ese periodo hiriente y superfluo que es el amor agónico -y sus estertores- y después llega el final y entonces, tarde ya, recuerdas aquello que escribió hace dos mil años aquel romano preclaro, todo amante es un soldado en guerra, mientras contemplas estupefacto cómo, tras la escabechina de la ruptura, regresan los jirones derrotados de tus ejércitos de una guerra que no sabían estar librando.
El desamor se extiende indiscriminadamente por tu cuerpo y tu mente como una toxina que todo lo invade y la ansiedad interfiere tus actos, distorsionando tus emociones y tu pensamiento, que orbita obsesivo alrededor de su nombre y del olor perdido de su piel y su sexo. Cuando esto sucede, simplemente puedes darte por jodido, jodida, y prepararte para lo que se te viene encima. Es ese tiempo después del abandono en que el desamor da su golpe de estado en tu espíritu, meses de estrés post-traumático y compulsivas revisiones de mail y móvil,
un sms suyo bastaría para sanarte,
es ese tiempo fatal en el que, como decía Byron, el recuerdo de la felicidad ya no trae la felicidad pero el recuerdo del dolor sigue trayendo dolor. Es entonces cuando el sufriente debe ser consciente de su condición y adoptar algunas precauciones básicas que atenúen su caída en picado, quedando especialmente contraindicado cualquier intento de contacto con la persona amada que invariablemente traerá otro revolcón emocional.Cuando el amor está en su apogeo y dos personas se aman con pasión y se follan con pasión y se intercambian, desde sus respectivas carpetitas mentales, papeles que vuelan coquetamente entre ambos, llenos de instrucciones técnicas e informaciones emocionales, cuando el amor nos ilumina con su esplendor, cada amante vuela con él según sean las formas de su mente y su corazón, hay millones de formas de amar, pero cuando el desamor llega, nos iguala a todos en los mismos desatinos, las mismas faltas de autorrespeto, las mismas patéticas maniobras de acercamiento que buscan reactivar aquella conexión una vez mágica pero ya definitivamente perdida.
Hay que eludir concienzudamente las tentadoras añoranzas que nos convertirán en estatuas de sal si miramos a la cara su recuerdo cegador, hay que esquivarlo, desterrarlo con la determinación de un dictador soviético, exiliarlo a remotos gulags mentales para impedir que siga encogiéndonos el corazón e inoculando generosas dosis de dolor en estado puro en nuestro espíritu.
Según algunos estudios científicos que corroboran la experiencia personal de muchos, el cerebro humano necesita una media de seis meses para digerir y asimilar los grandes desastres emocionales. O no hacerlo, es en esos terribles seis primeros meses cuando se registran la inmensa mayoría de los crímenes pasionales.
De esta forma, si pasado ese medio año aún no nos ha rescatado del naufragio otra piel que nos hipnotice, si hemos conseguido esquivar con diligencia aquellos recuerdos aún perniciosos, nuestra mente activa sus protocolos de supervivencia y nuestro corazón comienza su desfibrilación automática para ayudarnos a recuperar nuestras emociones y nuestra personalidad, para evitar que seamos prisioneros de un pasado que disloca nuestro presente, que lastra nuestra creatividad y nuestro raciocinio, que nos hace menos libres.
Entonces un día -cómo hemos visto, sin anunciarse-, comienza el olvido. El presente que nos sucede y el futuro que se prepara toman el relevo en la ocupación de nuestro pensamiento y aquel dolor mineral y obstinado que parecía nunca acabaría comienza a desvanecerse. Y otro día cualquiera, mientras nos damos cuenta de que el amor comienza a realizar con nosotros otro de sus trucos de ilusionismo, sentiremos que otra mirada nos ha hechizado, que otra piel se ha pegado a la nuestra y que la llave de los mejores momentos y de los mejores polvos de nuestra vida la seguimos teniendo nosotros.
Podremos entonces mirar con perspectiva aquella relación para recordar los hitos que la definieron y los puntos de giro que provocaron su final, podremos realizarle la autopsia, para verificar que sí, de todos aquellos momentos maravillosos vivió, y de eso y de eso otro murió. Y si somos listos, sabremos fagocitar las impagables enseñanzas de estas experiencias emocionales extremas -el amor y el desamor locos, "fou" que dirían los franceses-, aprovechar todos aquellos mundos descubiertos juntos, los aprendizajes y revelaciones de aquella época tan especial e incorporar todo ello a la estructura de nuestra personalidad. Y de paso refundarnos un poquito.
Tras el reseteo, el tiempo seguirá pasando imperturbable y sanador y sus evocaciones se irán espaciando cada vez más, mientras constatamos la naturaleza efímera y quebradiza de los recuerdos y aquellas palabras de Neruda, es tan corto el amor y es tan largo el olvido.
Podremos entonces reunir los mails y las fotografías, sus reminiscencias mentales más tenaces, todas las hemerotecas emocionales supervivientes de aquel gran amor que nos sacudió la vida y depositarlas en una caja camino de algún lugar profundo dentro de nuestra corteza cerebral, esperando el momento en que su carga emocional sea definitivamente desactivada por el óxido del tiempo, hasta el día en que decidas volver a encontrarte durante un rato con el recuerdo de su mirada y de los placeres que un día intercambiasteis, pero esta vez sin dolor, sin encogimiento de pericardio sino con una sonrisa, recordando, recordándote, como hago ahora para decirte que te he olvidado.
Cerrando.
Para despedir esta entrada sobre este indispensable proceso mental que nos niega el cargador de la cámara en los viajes pero cuyas maniobras difuminadoras en nuestra mente son vitales para nuestra supervivencia, dejamos que sea el gran Ambrose Bierce y su Diccionario del diablo quien haga los honores.
Olvido, s. Estado en que los malos cesan de luchar y los tristes reposan. Eterno basurero de la fama. Cámara fría de las más altas esperanzas. Lugar donde los autores ambiciosos reencuentran sus obras sin orgullo, y a sus superiores sin envidia. Dormitorio desprovisto de reloj despertador.