jueves, 27 de enero de 2011

Placer (2) Orgasmo, la sublimación del placer


El orgasmo en nuestro cuerpo y nuestro cerebro

Rejuvenece cuerpo y espíritu, reequilibra internamente, favorece la circulación, hasta es bueno para el cutis. Cuando el cuerpo empieza su juego de tensiones y distensiones, de hormigueos y estremecimientos, con la dopamina y la oxitocina fluyendo en barra libre por nuestro cerebro hasta alcanzar la cima del goce con ese momentazo, el orgasmo. En él se suceden esos instantes sublimes en los que el placer toma el poder de nuestro cerebro y organismo. La petite mort, que dicen acertadamente los franceses.

Intercambiar orgasmos con alguien a quien quieres y deseas es una de las mejores experiencias más que puede tener un ser humano. Y ya no digo si le pones el turbo-boost de la marihuana... Este redactor sabe que cuando vaya a palmar y se le pase por la mente el powerpoint con los momentos cumbre de su vida, algunas las filminas corresponderán a algunos polvos gloriosos culminados por estas fugaces epifanías de placer infinito.

En fin, si se puede definir algo por su contrario existencial, digamos que un orgasmo es simplemente lo más opuesto a Esperanza Aguirre. Les dejamos con un breve video de Redes que nos explica la fisiología del asunto. Y como aquí en su blog amigo creemos que cuando una persona deja de disfrutar orgasmos con cierta regularidad algo dentro se le agosta y achica y se le frunce el carácter, animamos a nuestros lectores a darse el gustazo de disfrutar más orgasmos, a ser posible provocados por alguien a quien deseen y si no autoinflingidos, pero en la medida de lo posible, corránse amigos, córranse.

miércoles, 12 de enero de 2011

Memoria (10) Las ciudades y la memoria

Las ciudades y la memoria. 3

Inútilmente, magnánimo Kublai, intentaré describirte la ciudad de Zaira de los altos bastiones. Podría decirte de cuántos peldaños son sus calles en escalera, de qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de cinc cubren sus techos; pero ya sé que sería como decirte nada. No está hecha de esto la ciudad, sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado: la distancia del suelo a un farol y los pies colgantes de un usurpador ahorcado; el hilo tendido desde el farol hasta la barandilla de enfrente y las guirnaldas que empavesan el recorrido del cortejo nupcial de la reina; la altura de aquella barandilla y el salto del adúltero que se descuelga de ella al alba; la inclinación de una canaleta y el gato que la recorre majestuosamente para colarse por la misma ventana; la línea de tiro de la cañonera que aparece de improviso detrás del cabo y la bomba que destruye la canaleta; los rasgones de las redes de pescar y los tres viejos que sentados en el muelle para remendar las redes se cuentan por centésima ves la historia de la cañonera del usurpador de quien se dice que era un hijo adulterino de la reina, abandonado en pañales allí en el muelle.

En esta ola de recuerdos que refluye, la ciudad se embebe como una esponja y se dilata. Una descripción de Zaira como es hoy debería contener todo el pasado de Zaira. Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones, cañonazos.

Las ciudades y la memoria. 4

Más allá de seis ríos y tres cadenas de montañas surge Zora, ciudad que quien la ha visto una vez no puede olvidarla más. Pero no porque deje, como otras ciudades memorables una imagen fuera de lo común en los recuerdos. Zora tiene la propiedad de permanecer en la memoria punto por punto, en la sucesión de las calles, y de las casas a lo largo de las calles, y de las puertas y las ventanas de las casas, aunque sin mostrar en ellas hermosuras o rarezas particulares. Su secreto es la forma en que la vista corre por figuras que se suceden como en una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ninguna nota. El hombre que sabe de memoria cómo es Zora, en la noche, cuando no puede dormir imagina que camina por sus calles y recuerda el orden en que se suceden el reloj de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente de los nueve surtidores, la torre de vidrio del astrónomo, el puesto del vendedor de sandías, el café de la esquina, el atajo que va al puerto.
Esta ciudad que no se borra de la mente es como un armazón o una retícula en cuyas casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar: nombres de varones ilustres, virtudes, números, clasificaciones vegetales y minerales, fechas de batallas, constelaciones, partes del discurso. Entre cada noción y cada punto del itinerario podrá establecer un nexo de afinidad o de contraste que sirva de llamada instantánea a la memoria. De modo que los hombres más sabios del mundo son aquellos que tienen en la mente a Zora.

Pero inútilmente he partido de viaje para visitar la ciudad: obligada a permanecer inmóvil e igual a sí misma para ser recordada mejor, Zora languideció, se deshizo y desapareció. La Tierra la ha olvidado.

Italo Calvino. Las ciudades invisibles