Un artículo leído en el blog SEO/Birdlife del ornitólogo y naturalista leonés José Álvarez Alonso nos lleva a conocer las amenazas que se ciernen sobre los últimos manatíes que sobreviven en la cuenca amazónica y cómo el exterminio de esta especie de pacíficos y enormes animales por parte de los cazadores ha supuesto la degradación del ecosistema en cuya conservación desempeñaban un papel fundamental.
El último manatí
José Álvarez Alonso 25 junio 2013
Con precisos golpes de su machete donJorge Pinchi labra un largo palo de ‘cumaceba’, la madera más dura de la selva amazónica. Es una hermosa tarde de febrero, a orillas del río Yanayacu, afluente del Amazonas, en Perú, y el sol acaricia la cara curtida y surcada de arrugas, y arranca reflejos multicolores en las tersas aguas donde se mece su canoa.
Me confiesa que efectivamente está preparando el artefacto para cazar una vacamarina que se ha aparecido en una quebrada vecina, luego de muchos años en que no se veía ninguna. “Tengo varios enfermos que me han pedido para curarlos con su cuero”, me dice. Lo convenzo de no seguir en su plan de eliminar a la última que queda, con el compromiso de conseguirle un pedazo de cuero de manatí para su “medicina” del centro de rescate del manatí que mantienen en Iquitos una ONG y el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana – IIAP, de alguno de los animales que mueren.
Jorge Pinchi labrando su lanzón para cazar manatíes © Pepe Álvarez
Don Jorge me explica cómo cuando era joven, hace 25 o 30 años, cazaba paiches en ese río. Me cuenta cómo usaba la trampa tradicional indígena, llamada ‘pari’, para cerrar el paso atrapar paiches (pirarucú). Sin embargo, caían también otros gigantes del Amazonas: zúngaros (peces gato), caimanes, vacamarinas (manatíes), charapas (tortugas gigantes) y ronsocos (capibaras, el roedor más grande del mundo). Don Jorge es un reconocido curandero en la zona, y a su casa acuden enfermos de comunidades distantes a curarse de diversos males.
Muerte en el lago
Aunque él no niega, deduzco que don Jorge fue probablemente el artífice de la muerte del último manatí del río Yanayacu en la cocha (lago) Purura, frente a la comunidad de San Juan de Yanayacu, donde un par de años antes pude observar los restos de la trampa y, en la orilla de al lado, los huesos del manatí que feneció en ella (ver foto). Con el último manatí se acabaron también los peces, a decir de la gente local: hoy la cocha está totalmente cubierta de huama (lechuga de agua) y otras plantas acuáticas, que cierran el paso de la luz solar y el oxígeno, y extraen los nutrientes, dejando estériles las aguas. “Cocha muerta”, la llama la gente ahora.
Este es un drama común en toda la selva baja, donde los fértiles lagos de las riberas del Amazonas y algunos tributarios más grandes, que a la llegada de los europeos hace casi 500 años albergaban una abundantísima fauna silvestre que servía de alimento a una densa población indígena, ahora aparecen cubiertos de vegetación flotante y vacíos de peces y de grandes herbívoros. Los manatíes, junto con otros animales, fueron cazados de forma inmisericorde para abastecer de carne a los barcos caucheros y a las pujantes ciudades amazónicas. La extirpación de la megafauna es un drama no muy aparente a la vista, pero que afecta la salud de millones de hectáreas de bosques inundables amazónicos, y provoca pobreza y desnutrición crónica entre la población indígena.
Río Yanayacu, repleto de vegetación flotante © Pepe Álvarez
Más tarde, en asamblea con toda la comunidad de San Juan de Yanayacu, le explico adon Jorge y a los demás moradores que el manatí es un animal muy beneficioso para el ecosistema y para ellos, porque se come hasta 40 kg diarios de huama y otras plantas acuáticas, y ayuda a librar las cochas y quebradas, y a fertilizar sus aguas para que los peces y otros organismos puedan alimentarse. Los habitantes más antiguos de la comunidad confirman que en el pasado el río Yanayacu no se cerraba de vegetación, como ahora, y tenía muchos más peces, y deducen que era porque había bastantes manatíes que lo mantenían limpio. Hoy esos prados flotantes dificultan enormemente el acceso de los botes al pueblo y a los albergues turísticos de la zona.
Trampas letales
La trampa tradicional para cazar paiches en la selva, llamada ‘tapaje’ o ‘pari’, funciona de la forma siguiente: en un lugar donde la cocha o el brazo de río se hacen más estrechos, se instala una barrera de palos duros con una sola abertura estrecha, de modo que los animales, para poder movilizarse de un lugar a otro, tienen que forzar su paso por la abertura, encima de la cual colocan la lanza de madera dura, muy pesada, provista en algunos casos con una punta de acero. Cuando el animal intenta pasar, suelta un disparador que hace caer la lanza sobre el pobre animal.
Trampa del manatí en un brazo de la cocha Purura, donde murió el último manatí © Pepe Álvarez
El uso de redes para la pesca del paiche ha dejado en desuso los ‘tapajes’, pero ya tarde, cuando ya estos animales son muy escasos y han sido extirpados de la mayor parte de las cuencas amazónicas. El manatí amazónico o ‘vacamarina’ (Trichechus inunguis), con casi 400 kg y hasta 2,8 m de largo, es el más grande de los mamíferos amazónicos. Pertenece a la familia de los Sirénidos (aquellos que han dado origen al mito de las sirenas) y vive en los lagos y caños de los ríos amazónicos, alimentándose de la abundante vegetación acuática. Esta característica lo convierte en el jardinero de los lagos amazónicos, pues ayuda a controlar la excesiva proliferación de plantas acuáticas y a mantener productivos los lagos amazónicos.
La lentitud de sus movimientos, su extrema mansedumbre, y la necesidad que tiene como mamífero de salir a respirar a la superficie cada 30 o 40 minutos, han convertido al manatí en una presa fácil para los cazadores. El manatí, muy abundante en el pasado, ha sido perseguido inexorablemente en tiempos históricos para abastecimiento de campamentos caucheros, de ciudades y barcos. Esto, unido a la baja tasa reproductiva del manatí (las hembras se reproducen por primera vez a los cuatro años, y subsiguientemente sólo cada tres o cuatro años) la han llevado al borde de la extinción. Hoy es especie protegida por la ley en todos los países amazónicos, pero los cazadores furtivos continúan cazando vacamarinas ocasionalmente.
Manatí amazónico © Doug Perrine
La población original de manatíes amazónicos, de acuerdo con los relatos de los primeros exploradores, probablemente se ha reducido en más del 99 %. La ONG ACOBIA, con apoyo del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana y otras organizaciones, opera un centro de rescate del manatí en Iquitos, donde recupera crías mantenidas en cautividad para reintroducirlas a su ambiente natural. Ya han sido liberados ocho ejemplares en la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, con gran éxito. La recuperación de las poblaciones originales será una tarea de décadas, pero no queda otra opción, si queremos recuperar la salud de los lagos y ríos amazónicos.
José Álvarez, ornitólogo leonés afincado en la Amazonía peruana desde 1983, ha descubierto para la ciencia seis especies de aves. En esta crónica nos explica la importancia de la vacamarina, el manatí amazónico, en los bosques tropicales, a través de los testimonios de las comunidades indígenas, con las que tanto ha trabajado para salvaguardar su cultura y su entorno.