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El documental se titula 'El fin de ETA' e ilustra con voces múltiples pero todas ellas interesantes cómo el monstruo entró en inapelable agonía
Texto: Carlos Boyero 20 oct 2016
El documental se titula El fin de ETA (sin interrogaciones) e ilustra con voces múltiples pero todas ellas interesantes, independientemente de que estés de acuerdo con unas u otras, cómo el monstruo entró en inapelable agonía. Imagino que podrán verlo alguna vez en las televisiones y sería deseable que encontrara distribución comercial en las salas de cine, aunque fuera muy restringida. Lo dirige Justin Webster y el muy documentado guión lo firman Luis Rodríguez Aizpeolea y José María Izquierdo, dos periodistas de raza que siempre saben de lo que están hablando. Lo protagonizan los encuentros clandestinos entre dos políticos antagónicos, Eguiguren y Otegi, que buscaron complicadas formulas políticas para que terminara una pesadilla inacabable, aunque ya se sintiera muy débil, acorralada por la ley y sin fuerza, pero también por el progresivo desencanto de la gente que hizo posible su siniestra supervivencia.
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Y es tremendo el relato sobre las negociaciones que hace Eguiguren, alguien que habla y mira con señales de una depresión larga y feroz, incomprendido y hostiado por todos, por los suyos y los otros, un tipo que le echó coraje y paciencia, que comprobó que la luz era escasa y la oscuridad casi irrompible. Y entre todos mataron a la alimaña y ella sola se murió. Mi calificativo sobre ETA no es exagerado. De lo primero que nos informan en este documental es de que ETA asesinó a 847 personas. Y no aparecen los tullidos físicos o emocionales a perpetuidad. Y tampoco se sabe el nombre de los que enviaron al cementerio a más de trescientas víctimas. Este más que meritorio testimonio se cierra en la tumba de un masacrado. A su viuda la acompaña un hombre. Fue el asesino de su esposo. Pide perdón. Es perdonado. Me parece admirable. Pero no creo que yo pudiera perdonar a los que que hubieran segado la existencia de los míos, convirtiéndome en un zombi.
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En España, Imanol Uribe ha realizado, con mayor o menor fortuna, en cuatro ocasiones, películas relacionadas con ETA. Y acabo de devorar una novela difícilmente superable sobre dos décadas en el imperio del terror. Se titula Patria y lleva la firma de Fernando Aramburu. Posee sabor, olor, lucidez, una narrativa digna de los clásicos, una capacidad de emoción que pueden derretir a espíritus glaciales. Cuenta lo que le ocurre a la gente por fuera, pero sobre todo por dentro, antes y después del asesinato de un pequeño empresario en un pueblo de Gipuzkoa. Nadie me ha descrito mejor, con tanta veracidad, sentimiento, dureza, retrato ambiental y observación del alma lo que ocurrió en el País Vasco durante los salvajes años de plomo. Ojalá que esta novela excepcional encuentre un director de cine a su altura. estética y moral. Si no es así, que la dejen en paz. Sus 650 páginas podrían ser más. Y dejan inolvidable huella.