viernes, 27 de febrero de 2009

Fantasmas (1) Doppelgänger, bilaciones y otros fantasmas íntimos

Intro

"Cuando de un distante pasado nada prevalece, cuando los hombres están muertos, las cosas rotas y destruidas, aún solas, más persistentes, más leales, el olor y sabor de las cosas permanecen suspendidos durante largo tiempo como almas dispuestas a recordarnos, esperando ansiosas el momento, en medio de la ruina y destrucción. Y en la diminuta gota de su esencia, casi sin sustancia, llevan resuelta la vasta estructura de la memoria". Marcel Proust - En busca del tiempo perdido

Recuerdos que se sientan a nuestro lado en la cama y nos miran calmados pero dolientes, emociones vividas y ya perdidas que se impregnan en las paredes, en los libros, en los objetos cotidianos, en los lugares donde un día habitaron el placer y la felicidad, resistiéndose a deshilacharse refugiados en algún desván de nuestra memoria, el pasado materializándose en obsesiones que nuestro cerebro procesa en forma de fantasmagorías, reales o inventadas. De estas cosas va esta entrada.



Primera Parte. Doppelgänger, el que camina a nuestro lado




Doppelgänger es el término alemán utilizado para definir el doble fantasmagórico de una persona viva. Etimológicamente significa doble andante o el que camina al lado. En las mitologías nórdica y germánica se mostraba como augurio de enfermedad u otras calamidades. El concepto tomó relevancia a partir del siglo XVIII como manifestación del conflicto entre el empirismo y la ortodoxia religiosa, en la lucha interna entre el deseo y los instintos primarios contra los convencionalismos y las represiones impuestos al individuo en las sociedades modernas. 

El doppelgänger -que no arroja sombra ni reflejo en los espejos- evocaría así nuestro reverso tenebroso, conectando de esta forma con un concepto esencial del taoísmo, el yin y el yang, la dualidad existente dentro de cada ser viviente y por reducción, dentro de cada uno de nosotros. Y de la misma forma que el yin no puede existir sin el yang, tampoco nosotros existimos sin esas sombras de nuestros espíritus.

De la misma forma, ese espectro que camina con nosotros puede tomar el poder sobre nuestra mente en las formas extremas de los trastornos límite de la personalidad, en enfermedades que alejan a quien las padece de la realidad y la vida social, como la esquizofrenia que, cuya etimología es mente partida. Así, el esquizofrénico severo ve progresivamente escindidas su mente, sus sentimientos, su carácter. Su doppelgänger, tomando el control dentro de su cerebro, dinamitando su personalidad con delirios paranoides y alucinaciones.


El tema del doble fantasmal que tomaría las riendas de nuestra mente para acometer las vilezas que nuestra racionalidad siempre vetó, desbordando nuestras timideces con sus insolencias morales, ha sido ampliamente tratado en la literatura y el cine. Hay numerosos ejemplos en el folclore, el cine y la literatura sobre un tema tan goloso, desde Hugo, el gemelo siamés malvado de Bart Simpson a David Fincher dislocando a Jack en el nihilista Tyler Durden en la testicular  El club de la lucha, desde el mito del hombre-lobo hasta el estupendo libro de Robert Louis Stevenson El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde o la plasmación del abyecto rostro de las tinieblas y la perversidad en un cuadro en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Entre otros.

El vocablo doppelgänger también se utiliza para describir el fenómeno de la bilocación, es decir, estar en más de un sitio a la vez. Existe un caso clásico de bilocación documentado y descrito por el escritor Robert Dale Owen, que narra el curioso caso de la profesora Emilie Sagée quien, entre 1845 y 1846 fue despedida de varios trabajos porque tenía la simpática y poco comprendida costumbre de aparecer en dos sitios de su lugar de trabajo al mismo tiempo:


"En un colegio donde impartía clases para niños de la aristocracia fue vista por más de 40 alumnos a plena luz del día recogiendo flores en el jardín y en su mesa de clase, sentada y en silencio. Además los testigos pudieron observar varias veces una figura a su lado o en otro lugar de la clase mientras Emilie escribía en la pizarra. La misteriosa figura se movía independiente de ella e imitaba algunos de sus gestos al escribir o al comer aunque no tenía nada en las manos. Y aunque si ofrecía una leve resistencia al tacto, dos niños pudieron pasar a través de la inquietante presencia."


Bueno, aunque ante estas cosas de la ubicuidades enarcamos una escéptica ceja, lo cierto es que muchas personas tienen -tenemos- un lado tenebroso, habitado por pensamientos bastante chungos y que, en algunos casos, son sólo las circunstancias favorables las que impiden que esos fantasmas íntimos se manifiesten. Mientras, se quedan ahí, caminando a nuestro lado, sperando su momento.

Para terminar esta segunda parte del post, mostramos cómo hasta Jorge Luis Borges experimentaba ese extrañamiento de uno mismo, esa certeza de la existencia de otro Borges, esa duda de no saber quién era exactamente aquel escritor superlativo que cartografió mundos literarios hasta entonces no explorados. Lean.

Borges y yo

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor.



Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición.

Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.



Segunda Parte. Los fantasmas de la Gran Guerra

Las convulsiones de los tiempos y la violencia de la guerra activan desde siempre nuestros resortes más atávicos. En una época con bastantes similitudes a esta que vivimos, finales del s. XIX y primer tercio del siglo XX, ocurrieron hechos extraordinarios y traumáticos que, para bien y para mal, cambiaron el mundo para siempre.

Fueron tiempos de zozobra económica, de guerras terribles, de catastróficas pandemias, de derrumbe de antiguos valores e irrupción de otros nuevos y revolucionarios, de hundimientos económicos (algunos nunca vistos como la hiperinflación alemana de los primeros años 20 y el crack del 29 en Estados Unidos, que terminó afectando a muchos países más), de grandes cambios políticos y geoestratégicos, en fin, díganme a qué les suena.


Sin embargo -o precisamente por ello- fue una época de creatividad desbordante, cuna de expresionistas vanguardias y movimientos artísticos de todo pelo. Y también fue una época de auge de las creencias espiritistas pues cuando más cerca están de sus apocalipsis íntimos las personas más se refugian en la religión y en lo sobrenatural para dar cobijo a sus temores y significado a la destrucción circundante y la desaparición de sus seres queridos.


A pesar de que el auge del movimiento espiritista había sido en el siglo XIX con el Romanticismo, la época victoriana y la gran mortalidad de la Guerra Civil norteamericana (el propio presidente Abraham Lincoln era practicante de estas sesiones), fue el matadero a escala industrial en que se convirtieron los campos de batalla belgas y franceses en la Gran Guerra, en los que toda una generación de europeos fue diezmada, el que dio decenas de miles de adeptos a los campos del ocultismo y la parapsicología en los familiares de los muertos en el frente que intentaban contactar con ellos en el más allá.


Hemos de añadir que por la propia naturaleza de la guerra de trincheras muchos cuerpos nunca fueron encontrados lo que impedía una completa gestión de la pérdida por parte de sus seres queridos, acrecentando su aflicción y su necesidad de buscar cualquier medio que les volviera a conectar con los desaparecidos.

Esto alimentó a toda una legión de farsantes que intentaban, como siempre ocurre, aprovecharse del sufrimiento ajeno. Pero vamos, pongan la tele a partir de las dos de la noche y verán cómo se reproducirse el mismo fenómeno por parte de esos impresentables videntes y brujos televisivos que en directo engañan sin pudor ni castigo a tantos incautos e infelices.


El brutal estrés que soportaban las tropas en la demencial guerra de trincheras reportó varios episodios de histeria colectiva, como el que ocurrió durante la batalla de Mons.
El periodista británico Arthur Machen escribió un artículo contando cómo durante la terrible lucha aparecieron en los cielos los espectros de los arqueros que en 1415 habían masacrado la caballería francesa durante la mítica batalla de Agincourt, lo que habría redoblado la moral en las filas británicas ayudándoles a vencer en la batalla.

Sin embargo, aunque posteriormente reconociera que era una historia inventada, se tejió entre los combatientes de ambos bandos una leyenda respecto de este supuesto hecho sobrenatural y empezaron a surgir numerosos testigos, entre ellos muchos oficiales, que informaron de haber sido ayudados por seres espectrales en circunstancias penosas de esa y otras batallas.

También grandes escritores mundiales como Rudyard Kipling y Arthur Conan Doyle, -ambos perdieron hijos varones durante la guerra- frecuentaron estas prácticas supersticiosas. Especialmente Conan Doyle, el creador de ese personaje epítome de la racionalidad que es Sherlock Holmes, trás la trágica pérdida de su hijo, abandonó casi totalmente su febril producción literaria para entregarse al espiritismo y la parapsicología -parece que llegó a escribir varios libros sobre estos temas-, buscando comunicarse con su añorado hijo perdido. 

Ejemplos de esos centenares de miles de personas que, llevados de la moda reinante por el cuestionamiento de los antiguos valores o de la desesperación por la pérdida de algún ser querido, se entregaron a la causa espiritista había mucha gente culta como el nobel Charles Richet o Erich Ludendorff, uno de los máximos jerarcas militares alemanes -que luego fundó una secta que aún hoy pervive-. 


De la misma forma, como apunta el blog La Gran Guerra 1914-1918 en su entrada Moltke y el espiritismo, el estratega alemán Helmuth von Moltke se vio imbuido en estas prácticas:

"Su mujer, Eliza, lo imbuyó de una profunda veneración por el espiritismo y lo oculto. Organizó, incluso, sesiones espiritistas con el fin de establecer contacto con personajes de histórica relevancia del más allá. Moltke mostró y experimentó un apasionado interés por todo aquello relacionado con el más allá o la existencia después de la muerte terrenal - lo que le llevó a establecer contacto con Rudolph Steiner y la Teosofía. Moltke se autoconstruyó una filosofía en la que el conocimiento intuitivo y el entendimiento de fenómenos ocultos alimentaban las fuerzas que movían los hilos de la historia mundial."






Tercera Parte. Fantasma en la nieve























Y en cuanto a este simpático caballerete, pues qué decir. Que su raza vive salvaje en los bosques boreales noruegos y fue adoptada como mascota nacional en Noruega para impedir su extinción y que tengo la inmensa suerte de que acompaña mi existencia, me considera su mamágato y me ama con todo su ser. Y que se llama Fantom (fantasma, en noruego) y mola mucho.




















Closing

Y para despedir esta entrada, nada mejor que la desmitificadora definición de fantasma de Ambrose Bierce en su genial Diccionario del diablo.

Fantasma, s. Signo exterior e invisible de un temor inferior. Para explicar el comportamiento inusitado de los fantasmas, Heine menciona la ingeniosa teoría según la cual nos temen tanto como nosotros a ellos.

Pero yo diría que no tanto, a juzgar por las tablas de velocidades comparativas que he podido compilar a partir de mi experiencia personal. Para creer en los fantasmas, hay un obstáculo insuperable. El fantasma nunca se presenta desnudo: aparece, ya envuelto en una sábana, ya con las ropas que usaba en vida. Creer en ellos, pues, equivale no sólo a admitir que los muertos se hacen visibles cuando ya no queda nada de ellos, sino que los productos textiles gozan de la misma facultad. Suponiendo que la tuvieran, ¿con qué fin la ejercerían? ¿por qué no se da el caso de que un traje camine solo sin un fantasma adentro? Son preguntas significativas, que calan hondo y se aferran convulsivamente a las raíces mismas de este floreciente credo.

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