lunes, 15 de noviembre de 2010

Escritor (3) Agustín Fdez. Mallo, la mirada oblicua

El pasado octubre este redactor de "Vida y Tiempos..." tuvo oportunidad de asistir a un curso de cinco tardes en La Casa Encendida llamado "Agustín Fdez. Mallo habla de cómo trabaja Agustín Fdez. Mallo", obviamente impartido por el mismo escritor y físico gallego, autor de libros como "Carne de píxel", "Postpoesía, hacia un nuevo paradigma" o la trilogía del Proyecto Nocilla (Nocilla Dream, Nocilla Experience y Nocilla Lab), entre otros. Y como en Redacción de toda la vida hemos sido (y seguimos siendo) nocilleros irredentos, allá fuimos, a ver qué aprendíamos.


Fueron quince horas en las que nos fue mostrando algunos de los temas e inquietudes que lo inspiran y definen como escritor, los libros y autores que le han influenciado, nos habló de poesía, de apropiacionismo y postmodernidad, nos hizo partícipes de algunos de sus procesos creativos actuales a través de su blog, impagables apuntes del natural de un tipo de pensamiento singular y mirada transversal que tiende puentes entre disciplinas, que bebe tanto de la alta como de la baja cultura, que busca a ras de tierra para encontrar los enlaces y mensajes ocultos entre las personas, objetos y azares que se va encontrando en el camino, una moto abandonada y su sombra satélite, un billete en el suelo y un objeto punzante en el dedo, la decoración de la habitación de un hotel estadounidense a modo de una cadena alimentaria, una crema hidratante que, afortunadamente, no daña el ph de las lágrimas...
Las suyas (al menos Nocilla Experience y Nocilla Lab, los dos libros suyos que por ahora hemos leido) son obras sin argumento claro, sin una estructura clásica que las sustenten, la libertad de formatos es total, pueden fragmentarse como Nocilla Experience, formar un continuum de 65 páginas como Motor Automático de Búsqueda (la primera parte de Nocilla Lab) o adoptar forma de comic protagonizado por él mismo y el también escritor Enrique Vila-Matas.

Sus historias están entreveradas de referencias cinematográficas, históricas, literarias, musicales, científicas y son habitadas por personajes lacónicos, alucinados, impregnados
de soledades, horizontes y extrañamientos por medio de un lenguaje potente e hipnótico que tiñe de un sentido profundamente poético sus textos. Estos son algunos fragmentos de estos libros:
1.

(...) Debido a que nada que porte información puede ir más rápido que la velocidad de la luz, existe lo que los cosmólogos llaman horizonte de sucesos, el punto más allá del cual no podemos aún conocer lo que ocurre. Señales de luz que se emitieron hace millones de años y de cuya existencia aún tardamos en saber. Pero ese horizonte no es plano, sino una extensa superficie que esféricamente nos rodea, una bola cerrada e impermeable hasta que indique lo contrario una simple fórmula que liga la velocidad con el tiempo.

2.

Finales de septiembre, Ernesto llega a su piso en Brooklyn, enciende la tele, baja el volumen a cero. Destacan sobre los ruidos de la ciudad los gruñidos broncos del cerdo de la vecina; lo guarda justo debajo de donde él tiene su estudio; a veces oye cómo le susurra al oído. Se sienta a dar los últimos retoques a uno de sus 2 proyectos más golosos, la Torre para Suicidas. Esta construcción parte de la idea de que los miles de suicidios que al año se consuman en la ciudad de Nueva York, así como las tentativas frustradas, resultan demasiado dramáticos y engorrosos debido a no disponer la urbe de unas instalaciones adecuadas y debidamente organizadas. Así, lo dejan todo hecho un asco; sangre en las aceras, ahorcados a los que se les rompe la cuerda y hay que reanimarlos, cuerpos mutilados al paso de los trenes, y todo con el consiguiente perjuicio psicológico para las verdaderas víctimas, los que se quedan, obligados a contemplar semejantes espectáculos. Su torre consta de un ascensor que eleva al suicida desde una planta baja, donde hay servicio de capellán, cafetería, algo de comida rápida, gabinete psicológico a fin de afrontar el trance en las mejores condiciones mentales posibles, espacio para los familiares y enfermería por si el intento resulta frustrado, hasta la altura de un 8° piso. Y ahí sí que no hay nada; una sala blanca y vacía, y un hueco para el vuelo picado que da a un patio en el que al impactar el suicida contra el suelo se activan unas mangueras que expulsan agua y lavan tanto al defenestrado como el pavimento. También, justo enfrente de ese 8° piso hay un muro perfectamente blanco para que el candidato no vea horizonte alguno [en encuestas realizadas a suicidas frustrados se ha comprobado que la visión de un horizonte justo antes de tirarse es lo que les imprime renovadas ganas de vivir y abortar la idea]. En los sótanos, se hallan dependencias destinadas a otro tipo de opciones; camas junto a abundantes botes de somníferos, cuartos especiales con sogas colgadas de sus correspondientes vigas, duchas de anhídrido carbónico, y así. Ernesto está tan orgulloso de su proyecto que piensa enviarlo al Concurso de Arquitectura Compleja que anualmente se celebra en la ciudad de Los Ángeles, California. Huele a pescado. En el horno se quema.
4.

(...) Es decir, que Mihály trabaja en un hospital cuya edificación data de 1925, radicado en la ciudad de Ulan Erge, Sur-Oeste de Rusia, entre Ucrania y Kazajstán. Este hospital, en su día, llegó a ser un centro de referencia en cirugía pediátrica que la burocracia estaliniana fue desprestigiando ladrillo a ladrillo, y que la caída del muro de Berlín terminó por decolorar. Aunque las grandes cristaleras, sujetadas por unos no menos impresionantes pilares de acero, sigan en pie, hace tiempo que los pacientes y el personal sanitario no ven el orgullo de su propio reflejo cuando miran a través de ellas, sino únicamente la vasta extensión de una ciudad coloreada por aritméticos graffitis, bloques de edificios de los 50 y 60, y ruedas de bicicleta. Incluso Mihály vio un día la foto del hospital en una página web dedicada a ruinas arquitectónicas del Siglo 20, junto a otras fábricas alimentadas por carbón, centrales nucleares desmanteladas e inoperantes altos hornos; bajo la foto se leía: “Antiguo Almacén de Carne de Vacuna, Ulan Ergo, 1925”. Mihály es cirujano de partes blandas, lo que en este hospital equivale a decir que es cirujano de todo menos de huesos; lo llaman por megafonía para que acuda inmediatamente al quirófano. Atraviesa pasillos de azulejo azul cielo y cuando llega, los ayudantes tienen ya al chaval sobre la gran mesa de mármol que la Dirección ha rescatado de una antigua sala de despiece de un cercano matadero de vacuno. Una simple apendicitis: un adolescente que se comió 1 kilo de caramelos en menos de una hora. Es una operación que podría hacer con los ojos cerrados, así que en tanto que disecciona, recuerda a Maleva, una joven becaria de Medicina General a la que conoció hace 3 o 4 años, y de la que se enamoró sin ser correspondido. Habían coincidido en la cola del comedor y él le explicó dónde coger el pan y los cubiertos. Después, tras varios encuentros en las salas de curas y pasillos principales, una tarde-noche que Mihály se había quedado a terminar informes atrasados, se dieron de bruces en uno de los antiguos pasillos que ya nadie frecuentaba y que comunicaba [aún comunica] las dos alas más modernas del complejo hospitalario. Se besaron. A ciegas atravesaron una antigua puerta sobre la que ponía Estudios de Medicina Dialéctica, y apartaron también a ciegas todo tipo de herrumbrosos aparatos metálicos que se apilaban sobre una mesa, para, al final, negarse ella a consumar el acto: lo emplazó a la semana siguiente, en su casa; Mihály anotó la dirección en la manga de la bata; lo primero que encontró. Algo nunca visto lo transporta de súbito del recuerdo de Maleva a la apendicitis que tiene entre manos: ha encontrado en el intestino del muchacho un cofre de plomo del tamaño de un dedal. Lo observan todos detenidamente y se deciden a abrirlo. Dentro hallan una cápsula que resulta ser Yodo 131 (I131), radiactivo, perfectamente protegido por un envoltorio de parafina, que el muchacho intentaba pasar de contrabando de Ucrania a Kazajstán, confesó cuando se despertó de la anestesia.

5.

(...) y así, solo y aburrido, 9 años atrás, abrí "El mono gramático" aquella tarde de junio en que la mujer con la que vivía se había ido a Nueva York a no sé qué, y comencé a fijarme, en primer lugar, en su extraña estructura, bastante indefinible, algunos fragmentos venían a ser una especie de poemas en prosa y me fijé especialmente en uno en el que se afirmaba sin ningún género de dudas que toda palabra es metáfora de otra, y ésa de otra, y ésa de otra más, y así hasta la arbitrariedad de un núcleo no menos metafórico que siempre desconoceremos, y a eso me refería cuando decía que no creo que existan las palabras "ciudad", "puerto", "piscina", "edificio", "naturaleza", "hombre" o incluso "vida", por eso no creo que el motivo de que existan lugares inhóspitos, lugares que están como desactivados del flujo del mundo, sea que en ellos el hombre le haya dado la espalda a la naturaleza, ni tan siquiera a la vida, ya que tales cosas no existen más que en el lenguaje, más bien creo que esa desactivación de los lugares inhóspitos respecto al mundo es debida a que son la ensoñación del resto del mundo, quiero decir que son zonas que son soñadas, y sólo soñadas, por el resto del planeta, y como tales, permanecen en silencio, inaccesibles a la materia, como le ocurre al sexo y a los sueños, inaccesibles a ser narradas, un caso especial de lugares inhóspitos son las ruinas, pienso que lo que les ocurre a las ruinas es que han llegado a ese estado por su gran potencia simbólica antes de ser ruinas, cuando estaban en pie y habitadas» quiero decir que su potencia simbólica era tan intensa que tuvieron que ser abandonadas para que el mundo no se destruyera en ellas por exceso, por exceso de vida, para a partir de ese momento ser sólo soñadas, para constituirse en lugares inhóspitos, para que no les ocurriera lo que les ocurre a la materia y la antimateria, que se aniquilan por el extraño empeño en estar juntas, para que no les ocurriera lo que les ocurre a las parejas, que siempre se dejan cuando están demasiado cargadas de un estilo de vida propio, un estilo que no se parece a nada más que a sí mismo, sí, las parejas se dejan en el momento en que están más cargadas de vida, de cotidianidad, de belleza, por plano y aburrido que sean ese estilo de vida propio, esa cotidianiedad y esa belleza, se dejan cuando están en el más alto grado de potencia humana concebible, en efecto las parejas se asustan por tal perfección, se separan y generan una ruina, un lugar ya sólo soñado, una complejísima zona de afectos, lazos, odios, entendimientos, objetos, experiencias, que para siempre ya será inhóspita para el mundo ya que nadie la conocerá jamás, y por eso ella y yo sabíamos que una vez realizado el Proyecto que nos había llevado hasta allí tras un año de continua gestación y trabajo y estudio, sería también nuestro fin y pasaríamos al estado de ruina, a lo inhóspito, a algo tan inhóspito como el paisaje que nos rodeaba cuando riéndonos cruzamos el río de agua roja, cuando al azar tomamos una de aquellas 4 pistas de tierra y una tormenta que no vimos venía convolucionando a nuestras espaldas mientras en el CD del coche continuaba sonando Broadcast, y continuamos y a los pocos kilómetros la pista empezó a descender muy suavemente hacia un breve valle en el que parecía haber un río, y al poco tiempo nos encontramos vadeando el curso de un cauce seco al otro lado del cual se desarrollaba, siguiéndolo, una fila de construcciones muy deterioradas, vestigios de lo que parecía ser una antigua mina fue entonces cuando detectamos que en mitad de esas construcciones mineras, pared con pared, existía lo que quedaba de una pequeña iglesia, un pequeño templo que a su lado izquierdo, pegada, tenía una nave de cuyo techo salían hierros, cintas transportadoras y grúas en mal estado, y a su lado derecho, también pared con pared, una nave de alojamiento para mineros o algo así, todo conformaba una especie de fachada disímil y amorfa, un puzzle, diríamos, que nos impresionó porque nuestro Proyecto tenía mucho que ver con todo eso, y ella, sin quitarse las gafas pop-star, rebuscó la cámara fotográfica en su bolsa de playa, salió del coche, y se quedó un momento parada, estudiando la situación, después la seguí hasta el otro lado del cauce seco, lo atravesamos como pudimos entre piedras y antiguos hierros, ella iba en chanclas, nos detuvimos unos segundos ante lo que quedaba de puerta apuntalada, y por fin ella le dio una patada a aquellas tablas y entramos a un lugar que, por contraste con la luminosidad de fuera, nos pareció muy oscuro y vimos que del techo, por grandes agujeros, entraban haces circulares de luz que al impactar en el suelo le daban a éste una configuración de piel de leopardo en blanco y negro, en efecto, allí había existido una iglesia, lo supimos por el altar que se veía al fondo, "todas las iglesias tienen algo de piel de leopardo -había dicho ella mucho tiempo después-, algo de belleza tras unos colmillos que no se ven" (...)
3.

(...) Por fin han encontrado las armas de destrucción masiva. Las tenía el dictador ocultas en su propio cuerpo. Y sólo era una, cuidadosamente cosida a su estómago. Una cápsula de 1 cm3 unida a un micromecanismo cuántico adjunto que podría ser activado mediante un control remoto mental. En efecto, con sólo concentrarse precisamente en ese punto del estómago, y dirigir ahí toda la fuerza de los pulmones e intestinos en virtud de una técnica adquirida por viejos métodos de respiración yoga, el citado micromecanismo se activaría soltando un veneno que haría morir al instante al dictador. La destrucción masiva vendría dada por un efecto dominó: la oleada de inmolaciones en cadena que prevé el Corán Tipo-B para estos casos, a imagen y semejanza de esa otra reacción en cadena que damos en llamar “nuclear”. Cristianismo, budismo, islamismo, y tecno-laicismo en un solo relámpago.

Segunda parte - Cuando Louis encontró a Alfred

Un día Fdez. Mallo nos presentó una de las últimas entradas de su blog. En aquel post se preguntaba por la relación oculta que para él subyacía tras las imágenes y la información de dos fragmentos extraidos de dos artículos distintos encontrados en el suplemento cultural de La Vanguardia.Uno hablaba de algunos recientes documentales sobre la vida y obra de algunos arquitectos famosos y el otro versaba sobre programas de TV dedicados a vender casas y tenía dos imágenes, una de una clásica pareja norteamericana tratando con un comercial inmobiliario, mientras que en la otra aparecía Alfred Hitchcock en el trailer de Psicosis, animando a la compra de la mítica mansión de la película. Esta era su reflexión sobre ellos:
(...) Dejando aparte los artículos a los que pertenecen, esos dos fragmentos me interesaron por sí solos. En mi opinión, tienen la fuerza de la literatura, son literatura: la triple vida y extraña muerte de una persona conocida y cabal, y el reputado cineasta que se autoparodia ante la fachada de una de las casas más serias y tétricas del siglo 20.
Pero me interesaron, sobre todo, porque veo una relación entre esos dos fragmentos. Y no me refiero a que ambos, el arquitecto Kahn y Hitchcock construyeran casas, ni tampoco me refiero a que Kahn sea la contrafigura de los personajes de las películas de Hitchcock [en las que un tipo anónimo se ve metido en una trama compleja y singular de manera involuntaria, justo lo contrario que el arquitecto Kahn, cuya vida era una trama compleja y singular, de película, y aparentaba y una vida normal], ni tampoco me refiero a que los dos siempre salgan en retratados en B/N, ni a que los dos, cada uno en su disciplina, hayan sido constructores de una cierta monumentalidad, ni que sean representantes de una ultima modernidad. No, no me refiero a todo eso, sino a otra cosa que une esos dos fragmentos, pero que no sé qué es.
Así, a pesar de que el curso no era un taller literario Fdez. Mallo nos pidió que quien quisiera intentara responder a esa pregunta, resolver ese pequeño enigma con epicentro en aquel suplemento y bueno, cada cual lo interpretó a su modo. Así pues, para terminar este post les dejamos con nuestra pequeña contribución al asunto:

Cuando Louis conoció a Alfred

Acogedora, verdad? le había dicho el vendedor, aquel inglés gordito y sonriente de expresión entre socarrona y ambigua. Tardaron poco en ponerse de acuerdo en la venta, el precio era bastante razonable y el ojo experto de Louis le hizo darse cuenta de que a pesar de ser una casa antigua también era robusta y sabía que con una buena capa de pintura, nueva decoración y algunos arreglos podría convertirse en un buen hogar para Esther y los niños. Sus antiguos propietarios habían sido una madre y su hijo que vendieron la casa al morir aquella y desaparecer éste. Ley de vida, supone.

Una vez se instala en ella entra en el dormitorio principal en el cual se respira un olor rancio, algo desagradable y difícil de discernir, olor a viejo supone, que aún permanece en el ambiente tras un rato con las ventanas abiertas. Observa su maleta abierta encima de la cama, dos trajes, varias camisas y corbatas, ropa interior, algunos billetes de avión, una revista de arquitectura en la que sale su imagen en primer plano. Seguidamente su mirada se posa en las tres cajas envueltas en papel de regalo, que están en el suelo, una encima de otra, las tres con el mismo contenido

un camisón, un perfume, algunos juguetes

preparadas con abnegada eficiencia por Maggie, la leal secretaria que ordena su agenda y se ocupa de su compleja logística desde que empezó a realizar proyectos arquitectónicos y conjugar vidas paralelas

y quizás la única mujer a la que siempre ha sido fiel.

Sentado sobre la cama reflexiona un momento sobre cómo su extraña vida le ha llevado hasta esa casa y suspira. De repente unos ruidos extraños resuenan en alguna parte de la casa, un arrastrar, un quejido, pero Louis no se inquieta, las casas de madera están llenas de ellos, un mapache furtivo, un lamento de cañerias... Entonces abandona sus pensamientos, se desviste y se dirige al baño, necesita darse una ducha.

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