Sleepy Hollow
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-No deberías haber contado nada a la policía. No remuevas este asunto.
-¿Has visto a alguna de tus víctimas?
-No me resulta agradable hablar de esto. ¿Víctimas? No seas melodramático. Mira allí abajo. ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntos negros si dejaran de moverse? Si te ofreciera 20.000 dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que guardase mi dinero, o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar? El tercer hombre. Carol Reid
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-¿Has visto a alguna de tus víctimas?
-No me resulta agradable hablar de esto. ¿Víctimas? No seas melodramático. Mira allí abajo. ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntos negros si dejaran de moverse? Si te ofreciera 20.000 dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que guardase mi dinero, o empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar? El tercer hombre. Carol Reid
Primera parte - Evil inside
Para comprobar cómo la guerra y las ideologías dictatoriales pueden corromper el alma de las personas digamos normales, haciéndoles ver facetas de su personalidad que no conocían, hemos escogido algunos párrafos de Las benévolas, la gran (aún con sus imperfecciones) obra del escritor norteamericano Jonathan Littell, donde el narrador, un antiguo oficial de las SS durante la Segunda Guerra Mundial (epítome pues de la perversión de la moral humana), cuenta sus vivencias en el frente ruso y el campo de concentración de Auschwitz donde se hace cargo del "controlling" del los recursos del campo, básicamente calcular cómo poder sacar el máximo beneficio con el trabajo de los prisioneros con el mínimo gasto, antes de gasearlos, en fin, un pieza. En su presentación relata:
Adivino qué estáis pensando: pero qué hombre más malo, os decís, un hombre perverso, un sinvergüenza, vamos, se lo mire por donde se lo mire, que debería estar pudriéndose en la cárcel en vez de soltarnos esa filosofía suya tan confusa de ex fascista a medio arrepentir. En lo del fascismo, no hay que confundir las cosas, y en lo de mi responsabilidad penal, no prejuzguéis, que todavía no os he contado mi historia; en cuanto a lo de mi responsabilidad moral, permitidme unas cuantas consideraciones.
(...) Que quede claro, no intento decir que yo no sea culpable de tal o cual hecho. Soy culpable, y vosotros no, estupendo. Pero, pese a todo, deberíais ser capaces de deciros que lo que yo hice vosotros lo habríais hecho también. A lo mejor con menos celo, aunque quizá también con menos desesperación, pero, en cualquier caso, de una forma o de otra. Creo que puedo afirmar como hecho que ha dejado establecido la historia moderna que todo el mundo, o casi, en un conjunto de circunstancias determinado, hace lo que le dicen; y habréis de perdonarme, pero hay pocas probabilidades de que vosotros fuerais la excepción, como tampoco lo fui yo. Si habéis nacido en un país y en una época en que no sólo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos sino que, además, nadie viene a pediros que matéis a la mujer y a los hijos de otros, dadle gracias a Dios e id en paz. Pero no descartéis nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis más suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si tenéis la arrogancia de creer que lo sois, ahí empieza el peligro.
(...) Trastornados los hay en todas partes y en todas las épocas. Nuestros tranquilos barrios periféricos rebosan de pedófilos y de psicópatas; nuestros albergues nocturnos, de megalómanos rabiosos; algunos se convierten en un problema, efectivamente; matan a dos, a tres, a diez, incluso a cincuenta personas, y, a continuación, ese mismo Estado que los utilizaría, sin un parpadeo, en una guerra, los aplasta como a mosquitos atiborrados de sangre. Esos hombres enfermos no tienen importancia. Pero los hombres corrientes que forman el Estado -sobre todo en tiempos de inestabilidad-, ésos son el auténtico peligro. El auténtico peligro para el hombre soy yo, y sois vosotros. Y si no estáis convencidos, para qué seguir leyendo. No entenderéis nada y os irritaréis sin provecho ni para vosotros ni para mí.
Hubo, seguro, muchas mentes psicópatas (malvados stricto sensu de los que nos ocuparemos en la segunda parte de la entrada), manejando desde consejos de administración los hilos del gran fraude financiero que provocó la enorme crisis que nos golpea, pero también personas normales infectadas de codicia hasta el hueso, que anestesiaron su conciencia y se dejaron llevar por la fiebre del dinero fácil.
Suponemos que la cuestión que habría que hacerse es hasta qué punto las circunstancias extremas y una ideología fuerte y "legitimadora" podrían embotar nuestra empatía por otras personas y otros seres vivos, embruteciendo nuestro espíritu hasta hacernos cometer las mayores iniquidades. Obviamente, el punto está en las circunstancias, como veremos en el interesante documental que seguidamente les ofrecemos.
En él, Eduard Punset habla con Philip Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford y autor del famoso y macabro experimento de la prisión de Stanford, realizado en 1971, para estudiar la reacción de unas cuantas personas normales recluidas en un entorno "malvado" y sometidas a duras circunstancias. El resultado de ese experimento y algunas otras consideraciones que nos cuenta Zimbardo nos muestran cómo un entorno hostil puede llevar a muchos a deslizarse por la resbaladiza pendiente que lleva a la maldad.
Segunda parte. Psicópatas, lo puto peor
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El psicópata es inequívocamente egocentrista, construye y sigue su propia moral al margen de las normas sociales aunque sí las comprenden, por lo que su comportamiento es adaptativo y pasa inadvertido a la mayoría de personas. Para ellos los demás no son más que objetos que pueden ayudar a satisfacer sus necesidades, por lo que el abuso físico y psicológico de seres vulnerables es algo bastante característico de la conducta psicótica. ¿Alguien duda que el ser repugnante que hace poco colgó un video en la web en el que torturaba hasta la muerte un cachorro de perro volcará las perversidades de su mente tarada en las personas que tengan la desgracia de cruzar sus vidas con él? De hecho el maltrato y tortura de animales, los seres más indefensos y más fácilmente accesibles, es uno de los rasgos característicos de estos errores de la naturaleza (aunque no todos los que lo hacen son psicópatas).
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Según varios estudios parece que en el cerebro del psicópata existen conexiones defectuosas entre la parte del cerebro que lidia con las emociones (sistema límbico) y la que maneja los impulsos, la empatía y la toma de decisiones (el lóbulo prefrontal). Igualmente se ha apreciado en ellos deficit de neurotransmisores inhibidores de la conducta agresiva como la serotonina.
Para comprender mejor los resortes y las motivaciones de la mente psicópata nos ayudamos de otro estupendo documental de Redes, La mente del psicópata, en el que el ubicuo Punset hablará con Robert Hare, autor del libro “Sin conciencia”, quien ha estudiado a los psicópatas durante años y es el creador del PCL-R, prueba que actualmente se ha estandarizado como método para diagnosticar la psicopatía.
Psicópatas cinematográficos
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Cínicos y fantasmales como el anteriormente citado Harry Lime, melómanos como Alex en "La naranja mecánica", esquizoides y parafílicos como Norman Bates, mesiánicos como el John Doe de "Seven" (Kevin Spacey), obtusos y brutales como el Henry de "Henry, retrato de un asesino", sibaritas y connoisseurs como el célebre Hannibal Lecter, sádicos yuppies multimarca como el Patrick Bateman (más chungo el del libro...) de "American Psycho", o el bailongo cortaorejas Mr. Blonde, de "Reservoir Dogs"... son algunos de los más conspicuos psicópatas que nos ha dado el séptimo arte, para quien las andanzas criminales de estos individuos siempre han resultado seductoras. Cada uno en su peculiar estilo, todos estos archivillanos han otorgado un caracter mítico a las películas a las que han dado forma, todos hemos disfrutado (eso sí, desde el cine o el sofá de casa) viendo cómo sus mentes malignas nos estremecían con sus retorcidos crímenes.
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