domingo, 4 de marzo de 2012

Escritor (6) Vida y muerte de Stefan Zweig


Se cumplen 80 años de la muerte por suicidio, junto a su mujer Lotte, de Stefan Zweig, escritor austriaco enormemente popular en su época, en sus facetas de novelista, ensayista y biógrafo. Su humanismo, capacidad narrativa, la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante.

Zweig era un apasionado de la cultura y la civilización que, fue perseguido por el nazismo, del que huyó para terminar estableciéndose en Petrópolis, Brasil, donde acabaría suicidándose, junto a su querida esposa Lotte, el 22 de febrero de 1942, tras ver Europa "destruyéndose a sí misma". Nos quedan sus magníficos libros, "El mundo de ayer", "Amok", "Momentos estelares de la Humanidad", entre otros, que nos recordarán para siempre la gran talla humana y literaria de este escritor ejemplar, otra víctima más del fascismo que asoló
nuestro continente. Su muerte nos habla de la nefasta fatalidad de un mundo donde el mal parece siempre jactarse de sus victorias, y donde el bien da la impresión de ser siempre derrotado, pero al mismo tiempo, la pervivencia, ocho décadas después, de su obra nos confirma que lo bueno y lo noble supera con el tiempo a la fatalidad y a la desgracia. Les dejamos con la carta de despedida que envió a su ex-esposa Friderike antes de suicidarse y una buena aproximación a su biografía encontrada en el blog El club de las serendipias. Stefan Zweig y Lotte, huyendo de un mundo en descomposición, unidos en un último abrazo, en el amor y la muerte.

Carta a su primera esposa Friderike:

Querida Friderike, cuando recibas esta carta estaré mucho mejor. En Ossining me viste mejor y más calmado, pero mi depresión ha empeorado, me siento tan mal que ya no puedo concentrarme en mi trabajo. A ello se suma la triste certeza – la única que tenemos – de que esta guerra ha de durar todavía años y de que pasará mucho tiempo antes de poder regresar a nuestra casa. Ciertamente me ha gustado estar en Petrópolis pero echo de menos los libros, que me son indispensables para mi trabajo. En cuanto a la soledad, que inicialmente aportaba un notable apaciguamiento, se ha transformado en un pesar… También la idea que mi obra mayor, el Balzac, no podrá terminarse nunca puesto que no tengo la perspectiva de dos años de trabajo sin interrupciones, y los libros necesarios para la documentación serían difíciles de conseguir. Y finalmente está la guerra, esta guerra que nunca termina, que todavía no ha alcanzado su peor momento. Soy demasiado débil para aguantar todo esto, y la pobre Lotte no lo ha tenido fácil conmigo, sobre todo porque su salud ha empeorado también.
Tú tienes a tus hijos y con ello una tarea en la vida; tú tienes intereses varios, una inquebrantable energía. Estoy seguro de que alguna vez vivirás mejores tiempos y comprenderás por qué mi pesimismo me ha impedido aguantar más. Te escribo estás líneas en mis últimas horas. No te puedes imaginar cuán aliviado me siento desde que tomé esta decisión. Dales recuerdos cariñosos a tus hijos de mi parte y no sufras, recuerda siempre cómo he admirado a Joseph Roth o a Rieger que supieron evitar el sufrimiento.
Ten coraje, ahora sabes que estoy tranquilo y feliz.
Con mi amor y amistad, Stefan.

Stefan Zweig, apuntes de una biografía

El joven Stefan con su hermano Alfred
Hijo de una familia acomodada de industriales de origen judío, Stefan Zweig, el segundo de dos hermanos, nace en Viena en 1881- “En ninguna otra ciudad europea el afán de cultura fue tan apasionado como en Viena, cultura promovida, alimentada e incluso creada por su comunidad judía”- y vive allí hasta el final de la I Guerra Mundial, asistiendo a la desmembración del Imperio Austro Húngaro, suceso que a Zweig le produjo la sensación de que todo un ideal de vida, un mundo ordenado, “el mundo de la seguridad”, finiquitaba.

Eran tiempos apacibles, escribe Zweig en los que ser joven “constituía un obstáculo para cualquier carrera y tan solo la vejez se convertía en un ventaja”, lo que explica que la escuela tuviera un carácter marcadamente autoritario y que el joven estuviera sujeto a la familia, mientras fuera palpitaba una ciudad llena de atractivos sugerentes, teatros, museos, librerías, universidad, música... Los jóvenes de su generación “parecían poseer una especie de fiebre de saber y conocer todo lo que se producía en en ámbito de las artes y la ciencia”, sobre todo, “leíamos, leíamos mucho, todo lo que caía en nuestras manos” para conocer las novedades, aunque “la mejor academia el lugar donde mejor se informaba uno de todas las novedades era el café”.
Stefan Zweig (de pie) ya adolescente,
con su hermano Alfred
A los 16 años de edad, Stefan, conocía todas las poesía de Baudelaire y Whitman y era un entusiasta de la obra naciente de Valery y Rilke. Como todos los jóvenes cultos de su tiempo despreciaba el deporte, una “pérdida de tiempo”, y rehuía medrosamente el problema de la sexualidad, “porque cualquier forma de amor libre o extramatrimonial iba en contra de la decencia burguesa... que daba , por un lado, por hecho la existencia de la sexualidad y su desarrollo natural en privado, y, por otro, no quería reconocerla bajo ningún concepto en público”. Para canalizar la enojosa sexualidad extramatrimonial -la de los hombres, se entiende, porque las mujeres tenían que llegar al matrimonio “no solo con el cuerpo intacto sino con el espíritu puro”, estaba la prostitución, un oficio reglamentado como cualquier otro, de enorme expansión en la Europa anterior a la Gran Guerra.
Esta época de gloriosa juventud es resumida así por el autor: “como ciudadanos gozamos de mas libertad que la generación actual [el libro se escribió en 1941 y se publicó en 1944] … podíamos dedicarnos a nuestro arte predilecto, seguir nuestras inclinaciones intelectuales, moldear nuestra vida privada de un modo mas individual y personal.... teníamos, en verdad, inmensamente mas libertad individual y no solo la amábamos sino que también la utilizábamos.. teníamos el sentido de la libertad y seguridad en uno mismo”.

Durante los años siguientes, previos al estallido del conflicto bélico, Zweig es un poeta y narrador con aires bohemios que viaja a París, la ciudad de la eterna juventud “quien de joven pasa allí un año guarda de ella un recuerdo incomparable de felicidad a lo largo de su vida” y a Bélgica, donde conoce a uno de sus ídolos, el poeta Emile Verhaeren (1855-1916), uno de los principales fundadores del modernismo “Émile Verhaeren fue el primer poeta francés que intentó dar a Europa lo que Walt Whitman dio a América: una declaración de fe en la época, en el futuro”. También conoció durante la misma época a León Bazalgette y al “silencioso, enigmatico e invisible” Rainer María Rilke (1875-1926) cuyo retrato humano y de escritor traza con mano maestra en la evocación de hasta los mas pequeños detalles de su extraña personalidad, “me parece maravilloso que hayamos tenido entre nosotros a semejantes poetas”. A través de Verhaeren conoce a Auguste Rodin (1840-1917), “los grandes hombres son también lo mas amables y a la vez los que viven de forma mas sencilla”.

De París pasó a Londres donde no llega aclimatarse del todo y de allí a Italia, España , Bélgica, Holanda “a medida que cambia la distancia de la patria, también cambia la medida interior de las cosas”, América “en todo lo referente a cultura los americanos iban muy a la zaga de nuestra Europa”, África, India, sin dejar de ser, como apunta Luis Antonio de Villena, “un señorito protegido por el dinero familiar” y teniendo siempre un apeadero en Viena, lugar de descanso y trabajo para los intervalos entre viajes.

Reconstruyendo la atmósfera espiritual de estos años anteriores a la primera Guerra Mundial, Zweig, viajero empedernido, observa como un periodo de prosperidad se hacía notar en todas la ciudades de Europa:

“las calles eran mas anchas, los comercios mas lujosos y elegantes... por doquier surgían nuevos teatros, bibliotecas y museos... comodidades como el cuarto de baño y el teléfono, que antes eran privilegio de unos pocos, llegaban a los círculos pequeño burgueses y desde que se había reducido la jornada laboral, el proletario había ido subiendo desde abajo para participar, por lo menos, en las pequeñas alegrías y comodidades de la vida. El progreso se respiraba por doquier... pero no solo las ciudades, sino también las personas se hicieron mas bellas y mas sanas gracias al deporte, a una mejor alimentación a la jornada laboral mas corta y aun contacto más íntimo con la naturaleza.. Viajar era más barato y más cómodo... la bicicleta, el automóvil y los ferrocarriles eléctricos habían acortado las distancias y habían dado al mundo una sensación de espacio... ya nadie, salvo los muy pobres, se quedaban en casa los domingos”.

Esto mundo que parecía presagiar una nueva aurora saltó hecho añicos cuando el 28 de julio de 1914 sonó un disparo fatal en Sarajevo.: “si reflexionamos con calma, nos preguntamos por qué Europa fue a la guerra del 14, no hallaremos ningún fundamento razonable, ni un solo motivo”. Los pueblos obedecieron a sus superiores y fueron la guerra con la fe ciega de que el sacrificio era inevitable.

La vida cosmopolita que llevara y la desconfianza hacia los políticos vacunó a Zweig de cualquier entusiasmo patriótico, -“la guerra necesita de un estado de exaltación sentimental, exige entusiasmo por la causa propia y el odio al enemigo”- sin que el enorme y trágico conflicto bélico hiciera tambalear su convicción en la necesaria unidad de Europa.

Refugiado en si mismo, con la única complicidad de Rilke durante un tiempo antes del marchar este al extranjero, Zweig vive solo en su patria, emboscado como traductor y corrector de estilo en una biblioteca. Un artículo “A los amigos de la tierra extraña” publicado contra todo pronóstico en un periódico alemán, le trae desde Suiza el aliento amigo de Romain Rolland (1866-1944) pacifista militante, quien le insufla los ánimos suficientes para luchar con la palabra contra los horrores de la guerra. Escribe su drama “Jeremías”, alegato en pro del pacifismo, y lo estrena en Zurich en 1918.
Friederike Maria von Winternitz
primera esposa de Zweig
Tras el hundimiento de los Habsburgo, Stefan Zweig, quien nunca en esta obra que comentamos habla de su vida privada, pero del cual sabemos que para entonces estaba casado con su primera mujer, Friderike, la cual tenia ya dos hijos de un primer matrimonio, se va a vivir a una gran casa en Salzburgo que había comprado durante la guerra.

La posguerra era ya algo muy diferente. El mundo ya no era el mismo de antes de la guerra. “Toda una generación de jóvenes había dejado de creer en sus padres, en los políticos y en los maestros: leía con desconfianza cualquier decreto, cualquier proclama del Estado”. La inflación, mas persistente en Alemania que en Austria, duró hasta 1923: “nada envenenó tanto al pueblo alemán, nada encendió tanto su odio y lo maduró tanto para el advenimiento de Hitler como la inflación”. Convertida en una época de locura, en toda Europa se habían alterado los valores y no solo los materiales.
A partir de 1924, la vida personal de Stefan Zweig se vio recompensada con la llegada de un huésped inesperado: el éxito. Durante los años 20 y primeros 30 del siglo, Zweig se convierte en una celebrado autor de best-sellers, que rápidamente se traducen a todos los idiomas europeos: la serie ”Constructores del mundo”, sus novelas cortas como “Amok” o “Cartas de una desconocida”, sus famosos “Momentos estelares de la Humanidad” (de lectura obligatoria en las escuelas), y especialmente sus trabajadas biografías de personajes célebres: “para la biografía de María Antonieta examiné realmente todas y cada una de las cuentas para comprobar sus gastos personales, estudié todos los periódicos y panfletos de la época y repasé todas las actas del proceso hasta la última linea”.

Resulta interesante la explicación que da el autor sobre su proceso creativo de escritura:

“En realidad escribir me resulta fácil y lo hago con fluidez; en la primera redacción de un libro dejo correr la pluma a su aire y fantaseo con todo lo que me dicta el corazón... en cuanto termino de poner en limpio el primer borrador de un libro, empieza para mi el trabajo propiamente dicho, que consiste en condensar y componer, un trabajo del que nunca quedo suficientemente satisfecho de una versión a otra... Este proceso de condensación y a la vez de dramatización se repite luego, una, dos o tres veces en las galeradas; finalmente se convierte en una especie de juego de cacería: descubrir una frase, incluso una palabra, cuya ausencia no discriminaría la precisión y a la vez aumentaría el ritmo. Entre mis quehaceres literarios, el de suprimir es en realidad el mas divertido”.

Los años entre 1924 a 1933 fueron una época relativamente tranquila para Europa “viajábamos, ensayábamos, volvíamos a descubrir Europa, el mundo... con capacidad de influencia y eficacia podía hacerse propaganda de lo que desde hacia años se había convertido en la idea fundamental de mi vida; la unión espiritual de Europa”. Salzburgo, donde reside Zweig quien por estos años visita Rusia y otros países, se había convertido en la capital artística no solo de Austria sino del mundo. Los mas famosos escritores, músicos, pintores, autores eruditos de todas las partes del globo le visitan y son sus huéspedes y contribuyen a incrementar la gran colección de autógrafos había venido reuniendo (y comprando) de los grandes maestros de todos los tiempos.

Y así trascurrieron mas años, trabajando y viajando, aprendiendo, leyendo, coleccionando y disfrutando de todo ello... hasta que llegó Hitler “sabía engañar tan bien a fuerza de hacer promesas a todo el mundo, que el día que llegó al poder, la alegría se apoderó de los bandos mas dispares” y aniquiló la vida literaria en Alemania. Las obras de autores no arios quedaron prohibidas y el nombre de Stefan Zweig, como el de otros muchos, fue proscrito.

Cuando en 1934, la policía registró su casa “en aquel entonces, a principios de 1934, un registro domiciliario era una afrenta espantosa”, Zweig se dio cuenta de que Austria estaba perdida y empezó a preparar su salida del país, “para mi la libertad es lo mas importante del mundo”. Vivió en Londres “físicamente, no con el alma”, asistiendo preocupado a los acontecimientos previos a la II Guerra Mundial.

En 1936, de paso hacia América, invitado a dar unas conferencias, su barco hace escala en Vigo, en poder de los franquistas, y al ver de pie y formados ante el Ayuntamiento a “unos jóvenes guiados por curas y vestidos con sus ropas campesinas, traídos seguramente de los pueblos vecinos” y verlos de nuevo salir, al poco, vestidos de uniforme y con equipo de soldados, se pregunta:

¿quien organiza a estos jóvenes anémicos?, ¿quien los empuja a luchar contra el poder establecido?, ¿quien suministra y paga armas y equipos? Y a si mismo responde: “era un poder nuevo que quería el dominio, el mismo poder que actuaba aquí y allá, un poder que amaba la violencia, que necesitaba de la violencia y que consideraba debilitadas y anticuadas todas las ideas que nosotros profesábamos y por las cuales vivíamos : paz, humanidad, entendimiento mutuo... que se aprovechaban del idealismo ingenuo de los jóvenes para su poder y sus negocios."

Con Lotte, su segunda esposa.
En 1938 se produce la anexión de la República austríaca al Reich, ante la pasividad internacional. Hitler se convirtió en dueño y señor de su ciudad y Zweig, privado de pasaporte austríaco hubo de solicitar de las autoridades inglesas un pasaporte de apátrida. Con la invasión de Polonia en 1939, “la misión mas íntima a la que había dedicado toda la fuerza de mi convicción durante cuarenta años, la unión pacífica de Europa, había fracasado”. Zweig se traslada a estados Unidos y luego a Argentina y Brasil.

El resto de su vida no está en este libro, pero no podemos dejar de contarlo. A punto de cumplir los sesenta años, aunque no le faltaban editores ni lectores, su fina y delicada sensibilidad no fue capaz de asimilar tanto desastre y el 22 de febrero de 1942 se suicidó con barbitúricos, junto con su segunda mujer, Lotte, en su piso de la Rua Gonçalves Dias, en Petrópolis, cerca de Río. La pareja había preparado todo minuciosamente como para no molestar a nadie: dejaron dinero para pagar el alquiler y los sueldos de los empleados, dispuesto su testamento, instrucciones precisas de lo que debía de hacerse con sus cosas, quien debía ocuparse de su perro, los últimos textos corregidos y listos para ser publicados y un montoncito de cartas de despedida debidamente ensobradas y franqueadas, La imagen de ambos, abrazados en su lecho de muerte, todavía impresiona.

En una nota de despedida encontrada junto al cadáver del escritor, escribió: ".. Mis fuerzas están agotadas por los largos años de peregrinación sin patria. Así, juzgo mejor poner fin, a tiempo y sin humillación, a una vida en la que el trabajo espiritual e intelectual ha sido fuente de gozo, y la libertad personal, mi posesión mas preciada. ¡Saludo a mis amigos! Quizá ellos vivan para ver el amanecer tras la larga noche. Yo estoy demasiado impaciente y parto solo".

Como escribe Rosa Montero, lo verdaderamente importante no es es ese acto final de una persona que sin duda creyó que su vida y su mundo estaban agotados, sino que, pasado el tiempo y de ahí la renovada actualidad de su mensaje, Zweig tenía razón en reivindicar su derecho a vivir en paz en un territorio europeo civilizado y abierto al mundo. La suya fue, en los atribulados años de la guerra, una luz en medio de las tinieblas.

© Manuel Martínez Bargueño

http://manuelblascuatro.blogspot.com

Octubre, 2010

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