"Cada soldado tiene su propia opinión sobre
los aspectos morales de lo que hace pero toda guerra es inmoral y si
dejas que eso te perturbe entonces no eres un buen soldado. Supongo que
si hubiéramos perdido me habrían juzgado como criminal de guerra."
General Curtis LeMay
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Los norteamericanos tuvieron que expulsar a los japoneses de las islas del Pacífico que habían capturado, una tras otra. Las batallas de Guadalcanal, Tarawa o Iwo Jima fueron verdaderas carnicerías libradas en condiciones durísimas contra unas tropas japonesas que se defendían de forma cada vez más desesperada según los odiados soldados norteamericanos -que a su vez consideraban a los nipones como fanáticas alimañas a exterminar- se iban acercando al territorio metropolitano japonés.
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En junio de 1944 una enorme flota norteamericana atacó la isla japonesa de Saipán, en las islas Marianas y logró conquistarlas, a costa de mucha sangre y esfuerzos. La toma de sus aeródromos permitirían tener Japon al alcance de los bombarderos norteamericanos. El fin de la guerra en el Pacífico parecía cercano. Desde ese momento los japoneses ya saben que les espera la derrota pero no se rendirán, lo que prolongará la guerra más de un año y costará centenares de miles de muertos a ambos contendientes.
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Tokyo, el gran incendio
El
general estadounidense Curtis LeMay quien, a partir de su incorporación
al mando del XXI Comando de Bombarderos en enero de 1945, impulsó los
bombardeos masivos de Japón a través de un arma decisiva, los
superbombarderos de gran altura B-29. Estos
aviones podían volar a 9.000 metros de altura y tenían una autonomía de
6.000 kms lo que ponía buena parte del país japonés -y por supuesto
Tokyo- a su alcance. Tokyo era vital para el esfuerzo de guerra japonés
pues aparte de cobijar grandes fábricas de aviones y armas, en muchas
casas civiles se habían instalado talleres para procesar armas,
municiones y otros efectos de guerra.
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Fue la primera vez que se utilizó en la guerra un arma terrible, el napalm (que había sido desarrollado en 1944) que lanzado de noche y a baja altura sobre un Tokyo -cuyas casas estaban hechas en su mayoría de tela alquitranada y madera-, hizo que 40 km2 de la capital nipona ardieran por los cuatro costados, carbonizando a cien mil civiles japoneses y afectando gravemente a muchos otros en el ataque aéreo más devastador de toda la guerra.
"Cuando sobrevolábamos los objetivos era como si se encendiesen mil árboles de Navidad por todas partes. Podías sentir el calor a esa altura y podías oler el humo y el olor a carne humana y animal a medida que la ciudad era consumida por millones de incendios en todas partes. Y no los podían apagar. Era sobrecogedor, sobrecogedor." Un piloto norteamericano.Le May ordenó más ataques. Al de Tokyo le seguirían otros ataques aniquiladores en Nagoya, Osaka, Kobe... Creyó que se podría derruir en diez días las principales ciudades industriales de Japón, pero simplemente los aviones norteamericanos se quedaron sin bombas incendiarias con las que poder continuar.
"No nos pararemos a lamentar las incontables hordas de japoneses que yacen calcinadas en ese amasijo humeante. El olor de los incendios de Pearl Harbor está demasiado presente en nuestras fosas nasales". General Curtis Le May
Okinawa
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A mediados de marzo de 1945 el la armada norteamericana inició la penúltima fase de la guerra atacando el primera territorio metropolitano nipón, la isla de Okinawa, que serviría como cabeza de puente para la invasión del sur de Japón, del que distaba apenas 340 kilómetros.
Sin embargo y a pesar de la inmensa flota (330 buques en comparación con los 240 destinados a la invasión de Normandía) que Estados Unidos había conseguido reunir para su invasión, que castigó duramente la isla con su artillería pesada y de que en los primeros cinco días los japoneses no ofrecieron resistencia, los norteamericanos tuvieron que hacer frente a una de las batallas más feroces de toda la guerra, que se desarrolló en combates por tierra, mar y aire, duró hasta mediados de junio y resultó ser una de las que tuvo más víctimas, civiles y militares, en toda la Segunda Guerra Mundial.
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La fanática resistencia de las tropas de tierras japonesas y los ataques kamikazes de aviones y buques japoneses
causaron las mayores pérdidas de la guerra a la armada y los marines
norteamericanos. 50000 bajas entre muertos y heridos, 20000 soldados
retirados por fatiga nerviosa, así como 30 buques hundidos y 368
dañados. Por su parte los japoneses perdieron 16 buques (entre ellos el
poderoso acorazado Yamato enviado en misión suicida) y más de cien mil
soldados. También murieron más de cien mil civiles.
Sin embargo, el alto coste en vidas humanas y la destrucción generalizada que tanto los bombardeos aéreos como la defensa de las islas estaban ocasionando al pueblo japonés no consiguieron que ni los altos mandos militares ni el emperador empatizaran con el sufrimiento de la población civil, y siguieron preparándose para resistir a los aliados hasta el final.
La batalla de Okinawa hizo que muchos estrategas estadounidenses buscaran una alternativa para lograr la rendición de los japoneses que no fuera una invasión directa en la que arriesgaban a perder centenares de miles de soldados. La solución final atómica se adivinaba, ominosa pero definitiva, en el horizonte.
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A mediados de marzo de 1945 el la armada norteamericana inició la penúltima fase de la guerra atacando el primera territorio metropolitano nipón, la isla de Okinawa, que serviría como cabeza de puente para la invasión del sur de Japón, del que distaba apenas 340 kilómetros.
Sin embargo y a pesar de la inmensa flota (330 buques en comparación con los 240 destinados a la invasión de Normandía) que Estados Unidos había conseguido reunir para su invasión, que castigó duramente la isla con su artillería pesada y de que en los primeros cinco días los japoneses no ofrecieron resistencia, los norteamericanos tuvieron que hacer frente a una de las batallas más feroces de toda la guerra, que se desarrolló en combates por tierra, mar y aire, duró hasta mediados de junio y resultó ser una de las que tuvo más víctimas, civiles y militares, en toda la Segunda Guerra Mundial.
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Sin embargo, el alto coste en vidas humanas y la destrucción generalizada que tanto los bombardeos aéreos como la defensa de las islas estaban ocasionando al pueblo japonés no consiguieron que ni los altos mandos militares ni el emperador empatizaran con el sufrimiento de la población civil, y siguieron preparándose para resistir a los aliados hasta el final.
La batalla de Okinawa hizo que muchos estrategas estadounidenses buscaran una alternativa para lograr la rendición de los japoneses que no fuera una invasión directa en la que arriesgaban a perder centenares de miles de soldados. La solución final atómica se adivinaba, ominosa pero definitiva, en el horizonte.
Victoria en el Pacífico 1
Victoria en el Pacífico 2
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