La crisis financiera que arrastramos desde 2008 ha provocado que el mundo de las finanzas haya visto en la agricultura
un nuevo mercado mucho más seguro que la especulación bursátil. Existen varias causas para ello.
A la siempre creciente población mundial se añade que millones de personas de países emergentes como China, Brasil e India se incorporan cada año a las clases medias aumentando su consumo de recursos, también los alimentarios, de la misma forma que grandes potencias del mundo islámico como Qatar y Arabia Saudí buscan asegurar su suministro de alimentos superando las limitaciones de sus recursos naturales. Igualmente masivas plantaciones de monocultivos (
la forma menos eficiente de agricultura) son utilizadas para la producción de biocombustibles o para engrosar la especulación de los mercados internacionales de alimentos.
Y todo ello a costa de la deforestación de millones de hectáreas de bosques en todo el mundo o desposeyendo de sus tierras a los pequeños agricultores que siempre la cultivaron. Latinoamérica y, sobre todo, el África subsahariana son el objetivo del renovado interés de los inversores por las tierras cultivables, saben que con ese tipo de inversión no existe riesgo de quiebra.
Les ofrecemos un estupendo artículo sobre esta disfunción de nuestros tiempos y el revelador documental "Planeta en venta" dirigido por Alexis Marant (para el canal francés ARTE y emitido por Documentos TV) sobre la carrera de los países ricos por el control de tierras cultivables en las zonas más deprimidas del planeta para la creación de un nuevo orden agrícola mundial.
La fiebre de cultivos perturba África
El País. Andrea Rizzi 30 oct. 2011
La pugna para el acceso al petróleo, al gas y a los minerales es una fuerza subterránea que ha contribuido significativamente a plasmar el mundo moderno. En el siglo XXI, se hace cada vez más evidente que, para comprender las relaciones internacionales, a esos factores habrá que añadir otro: el acceso a tierras fértiles.
La carrera por el control de superficies cultivables está en pleno desarrollo. La poderosa subida de los precios de los alimentos ocurrida en 2007-2008 impulsó el fenómeno. Muchos gobiernos de países dependientes de las importaciones de alimentos se convencieron de la necesidad de reducir su vulnerabilidad comprando o alquilando tierra en otros países. En 2011, tras un par de años de relativa calma,
los precios han estado constantemente por encima del pico de 2008, según el índice elaborado por la Organización para los Alimentos y la Agricultura de la ONU (
FAO, por sus siglas en inglés). La fiebre de los cultivos sigue ardiendo y, según vaticinan los expertos, no hay visos de que vaya a remitir a corto y medio plazo.
África es el principal escenario de la carrera. La falta de transparencia de muchos acuerdos y la ausencia de fiables registros públicos en varios países impide perfilar estadísticas exhaustivas a escala global acerca del fenómeno. Pero los datos disponibles indican que este es de amplísimas proporciones, con contratos que cubren extensiones de miles de kilómetros cuadrados. Tan solo en Etiopia, Mozambique, Sudán y Liberia, unos 43.000 kilómetros cuadrados fueron vendidos o arrendados a inversores extranjeros entre 2004 y 2009, según datos oficiales recopilados por el Banco Mundial. Se trata de una superficie equivalente al territorio de Suiza. Si se tiene en cuenta que son muchos los países que —en África, pero también en otros continentes— viven experiencias similares, la magnitud del asunto es evidente.
El incremento de la población mundial, la dieta más rica de millones de personas en países emergentes y la creciente cantidad de cultivos destinados a biocombustibles explican la subida del precio de los alimentos y, en gran parte, la consiguiente búsqueda de tierras. Más allá de su dimensión económico-social, este empuje tiene implicaciones geopolíticas.
Una de ellas es el control del agua. “Estas grandes inversiones se sitúan en zonas con un acceso estratégico al agua”, comenta en conversación telefónica Michael Taylor, analista del
International Land Coalition, una ONG que sigue de cerca el fenómeno. “Por ejemplo, varios países de las cuencas del Nilo y del Níger son grandes receptores de este flujo de inversiones. Muchos de los contratos firmados en estos países no regulan claramente la cuestión del uso del agua. La utilización del caudal del Nilo ya es motivo de tensión entre Egipto y otras naciones de la cuenca.
Cuando todos estos proyectos estén en pleno funcionamiento, son de esperar crecientes extracciones de agua. Hay un alto potencial para que se generen conflictos". Unos 200 millones de personas vivían en la cuenca del Nilo en 2005, y la ONU estima que serán 330 millones en 2030.
Malí, uno de los países por los que pasa el río Níger, vendió o alquiló unos 2.400 kilómetros cuadrados de tierra a extranjeros tan solo en 2010, según datos recopilados por el Oakland Institute. Más de 100 millones de personas viven en la cuenca del Níger. Países que sufren escasez de agua —como Arabia Saudí, Catar o los Emiratos Árabes Unidos— figuran entre los mayores protagonistas de la carrera por la tierra. “Pero también hay otras clases de inversores: países como China o India, que tienen agua para cultivar pero temen que en el futuro su sector agrícola sea incapaz de abastecer a sus grandes poblaciones; y empresas de países occidentales, que quieren tierra para cultivar biocombustibles, o simplemente vender más en el mercado internacional”, observa Taylor. No faltan tampoco inversores que simplemente buscan refugio de las turbulencias del mercado financiero.
La pugna del agua no es la única evidente consecuencia geoestratégica en este fenómeno. También tiene un potencial desestabilizador en la política de Estados en los que la tierra es una cuestión vital, el medio de subsistencia directa de grandes porcentajes de la población.
Disturbios y tensiones
Madagascar es un caso premonitor de lo que puede ocurrir. En 2009,
el rechazo a un proyecto para conceder a la empresa surcoreana Daewoo la explotación de una superficie de 13.000 kilómetros cuadrados —aproximadamente la mitad de Bélgica— fue el catalizador de un profundo malestar social que estalló con unos tremendos disturbios que dejaron decenas de muertos. El Gobierno que asumió el poder tras los desórdenes tumbó inmediatamente el proyecto. La frustración de campesinos o pastores expropiados o despojados del derecho de acceso a las tierras ha creado ya tensiones en varios otros países.
Los defensores de esta clase de proyectos alegan que las inversiones permiten crear nuevas infraestructuras, puestos de trabajo y una mejora de la productividad agrícola. Los detractores alertan de que, en la mayor parte de los casos, suponen el desalojo de comunidades enteras, que la creación de puestos de trabajo es muy inferior al número de personas que han perdido su medio de vida, que la exportación de la producción de esos terrenos daña países con mercado alimentarios muy precarios. Varias ONG han denunciado en los últimos años numerosos atropellos a los derechos de las comunidades locales.
Para reducir esos riesgos, el Comité sobre la Seguridad Alimentaria está impulsando un código voluntario de conducta internacional. El comité celebró una sesión en Roma del 17 al 22 de octubre, pero no logró terminar las negociaciones. Olivier de Schutter, relator especial de la ONU sobre el derecho a la Alimentación, alertó de que “está en marcha una carrera entre los inversores [que quieren obtener más terrenos] y la comunidad internacional, que quiere regular este proceso para evitar que tenga consecuencias pavorosas”.“La atmósfera en la negociación es constructiva”, señala en conversación telefónica Duncan Pruett, consultor de Oxfam que asistió a la sesión del CSA. “El problema es que incluso si se llegara a un acuerdo en los próximos meses, ese código voluntario no tocaría en todo caso los factores que impulsan el fenómeno”.
Esos siguen ahí. “Nuestros análisis sugieren que nos espera una fase de volatilidad del mercado de alimentos”, explica George Rapsomanikis, economista de la FAO. “Además, varios casos de restricciones a las exportaciones —como las de India y Vietnam sobre el arroz en 2008, y la de Rusia sobre cereales en 2010/2011— parecen haber reforzado el deseo de autosuficiencia. Hemos pasado de una era en la que se impulsaba un mercado abierto, a otra en la que cada uno quiere protegerse”. Históricamente, actitudes semejantes han terminado a menudo causando graves tormentas en las relaciones internacionales.
Documental Planeta en venta
En los últimos años han cambiado de manos veinte millones de hectáreas y, de seguir la tendencia, decenas de millones seguirán la misma suerte. La crisis financiera de 2008 ha despertado al mundo de las finanzas, que ha visto en la agricultura un nuevo mercado, mucho más seguro que la especulación bursátil.
El repentino interés de los inversores por las tierras cultivables se debe a que se han dado cuenta de que con ese tipo de inversión no corren riesgo de quiebra.
Amenaza de crisis alimentaria
Según las previsiones, la población mundial va a pasar de los 6.500 millones de habitantes actuales a 9.200 millones en el año 2050. "Esto requerirá un aumento en la producción de alimentos y habrá que duplicar la producción agrícola para satisfacer el crecimiento demográfico", explica el Director General de la FAO. Producir más para alimentar al mundo, se convierte así en un negocio rentable.La procedencia de esos inversores es variada: países ricos del Norte, Estados Unidos en primer lugar; muchos europeos; algunos asiáticos, como Japón y Corea, que no son autosuficientes; y también países del Golfo, muy implicados en esta carrera por hacerse con tierras. Igualmente, potencias emergentes como China o India, con necesidades crecientes y medios para cubrirlas.
Mirando al 'Sur'
Los destinos más cotizados por los nuevos inversores son las zonas más pobres del planeta: el continente africano, por su enorme potencial agrícola, Asia Central, América del Sur y Europa del Este.Está en juego la creación de un nuevo Orden Agrícola mundial, con sus ganadores y perdedores. "Es un fenómeno de proporciones alarmantes, un gigantesco Monopoly mundial para la adquisición de tierras de cultivo", dice Olivier de Schutter, Relator Especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación.
El documental "Planeta en venta" plantea el debate sobre el beneficio real que obtienen los países propietarios de las tierras con estas inversiones. En la mayoría de los casos, los recién llegados pueden crear una sociedad en horas, importar su propia maquinaria sin pagar aranceles y beneficiarse de exenciones fiscales. Países pobres, como Etiopía, no están en situación de imponer sus condiciones a los arrendadores. Y en el caso de que lo hagan, ¿negocian por el bien de la población o por el de unos pocos?. La respuesta está en los contratos que firman, pero ni los estados ni las empresas extranjeras son transparentes.
El gobierno de Madagascar cayó cuando se constató que iba a arrendar un millón trescientas mil hectáreas durante un siglo, con la única promesa de creación de puestos de trabajo e infraestructuras. Sin ningún pago, impuesto o depósito. Para muchos, se trata de una clara apropiación de tierras que sólo beneficia a las élites locales y a las corporaciones multinacionales y reclaman un marco que obligue a hacer públicos los datos de las negociaciones.
En el año 2009, 50 millones de hectáreas de tierra de cultivo cambiaron de manos en todo el mundo y, actualmente, gran cantidad de superficie de cultivo se encuentra en trámites de venta. Con una población mundial que se prevé alcance los 9.200 millones en 2050 y con una enorme escasez de recursos naturales debida a su sobreexplotación, la actual demanda de alimentos va a aumentar de forma exponencial. Los problemas de abastecimiento de alimentos, de los que el aumento de precios que se vivió en 2008 y las posteriores revueltas en diversos países en todo el mundo fueron un indicativo, han empeorado desde el comienzo de la actual crisis económica, hace tres años.
La venta masiva de tierras de cultivo a las empresas multinacionales en África y en América Latina ha provocado la expropiación de un gran número de agricultores locales. Desde entonces diversos organismos (entre los que se encuentran gobiernos que dependen mayoritariamente de la exportación para garantizar la alimentación de sus ciudadanos o que temen por su seguridad alimentaria; grandes grupos financieros internacionales; las multinacionales de la alimentación y bancos y fondos de pensiones) han iniciado una carrera frenética por hacerse con tierras de cultivo en cualquier rincón del planeta. Esta importante demanda favorece la especulación, como en el caso de Etiopía, país que recurre a la ayuda internacional para alimentar a su población y que no duda a la hora de vender sus tierras de cultivo.
La cadena de televisión francoalemana ARTE TV ha realizado un documental en tres continentes con el objetivo de mostrar una visión del nuevo orden agrícola internacional. El documental "Planeta en Venta", realizado por Alexis Marant, ha llevado a cabo una rigurosa investigación para informar al público sobre los entresijos de esta carrera por el oro verde, que puede convertirse en la tercera ola de deslocalizaciones después de la industria y los servicios.
Desde la bolsa de Chicago hasta las afueras de Montevideo, las imágenes de "Planeta en Venta" ilustran el fenómeno de la deslocalización agrícola desde diversos puntos de vista. El documental está inspirado en la información que publicaba el periódico estadounidense Financial Times sobre la adquisición por parte de la compañía surcoreana Daewoo de 1,3 millones de hectáreas de tierra de cultivo en Madagascar. Con esta transacción, el 50% de las tierras de cultivo de la isla pasaban a manos coreanas. La noticia y la posterior revuelta popular que se desencadenó y que causó la muerte de numerosos civiles y la caída del entonces presidente Ravalomanana, resultó tan impactante para el director de "Planeta en Venta", Alexis Marant, que este tomó la determinación de llevar a cabo un estudio en profundidad y el posterior documental.