sábado, 25 de febrero de 2012

Periodista (9) El papel de Público

Desde esta web, ferviente defensora del papel de lo público en las sociedades contemporáneas, lamentamos, signo de los tiempos nos tememos, el cierre definitivo de la edición impresa del diario Público, un periódico progresista y honesto, cosas ambas en retroceso en esta España regresista que nos acontece. Queda su edición digital -en la que orgullosamente nos anunciamos- para refugio informativo de muchos en estos tiempos de zozobra.
A ver si entre todos damos con la fórmula para mantener ciertos medios de comunicación tan necesarios en nuestro país. ¿Tan difícil es hacer un pacto entre un lector con cierto nivel de compromiso y un periódico como Público (o El Pais) para pagar un precio -quizá simbólico según los cánones de la prensa clásica pero razonable teniendo en cuenta cómo está la cosa ahora-, de por ejemplo, 25 o 30 euros (un día de cañas y comida) por un año de periodismo íntegro? ¿cuántos de los cinco millones y medio de usuarios únicos de publico.es pagarían algo así por todo un año de acceso full-equipe, con artículos de opinión, reportajes etc (con una opción gratuita, más básica para quien no quiera o pueda? ¿La mitad? ¿Un millón? En fin, con la sentida despedida y acertado análisis del un poco desolador panorama periodístico actual de su director Jesús Maraña les dejamos.

El papel de Público - Jesús Maraña (24-02-2012)

Envolver el pescado o un bocadillo siempre fue un uso un poco cutre del venerable periódico. La tinta mancha. Mucho mejor reciclar el papel escrito construyendo un pasillo sobre el suelo de baldosas recién fregado, o aviones y pajaritas voladoras. Los diarios siempre ofrecieron el interés de una lectura urgente y de otra más reposada, para resucitar después desde cualquier montón amarillento en la certeza de seguir resolviendo asuntos prácticos de la casa, con usos insospechados para los que ya importaba un cícero que el autor de la página se llamara González Ruano, Vargas Llosa o Pepe Pérez. Lecciones de humildad para vanidades elevadas y plumas insoportables.

Corren tiempos distintos, también revolucionarios. El dato urgente llega a la vista o el oído por múltiples canales, la crónica más literaria ocupa unas pocas megas en un microespacio de la tableta digital, en la que uno puede leer cómodamente su diario al completo, seleccionar su foto preferida entre una galería numerosa o abrir un vídeo en el que Obama no sólo da al mundo una noticia sino que de paso se canta un blues con B. B. King. Por misteriosas razones que no vienen al caso, esos infinitos usos o complementos de una oferta informativa no parten, como los viejos avioncitos de papel prensa, del razonable y convencional acto de pagar un precio (baratísimo, pero un precio). La información hace tiempo que se considera un bien (o un mal) de acceso libre y gratuito. Fue en aquel momento cuando “se jodió el Perú” del periodismo en su acepción más noble y profesional. Una vez asentado que casi nadie está dispuesto a pagar por obtener información y análisis de calidad, las empresas supuestamente periodísticas se marcaron nuevas estrategias suicidas. El vídeo no pudo matar a la estrella de la radio, pero entre el márketing promocional (importa menos que sea cultural o se trate de bicicletas estáticas) y la glorificación del periodista multiplataforma, todólogo y ‘barato-barato’ estamos en el camino correcto para dar el tiro de gracia al periodismo.

Porque eso es lo que verdaderamente corre un serio peligro. Hace tiempo que está superado el debate sobre el futuro del papel o de Internet. El presente ya son las redes sociales y las plataformas digitales. Durante bastante tiempo quedarán ediciones en papel, para elites, coleccionistas o adictos al aroma de la tinta y al ruidito del pasar página. (Flipboard ya imita incluso esas sensaciones en tableta). Pero la verdadera incógnita por despejar en esta revolución de las comunicaciones se refiere a la subsistencia o no del periodismo, de esa materia prima fabricada por profesionales capacitados y vocacionales cuyo código de actuación exige conocimiento, entrega, honradez, relación de respeto con las fuentes, cierta capacidad literaria… Una serie de rasgos del oficio que deben garantizar lo más difícil de conseguir: credibilidad.

Los periodistas, con mayor o menor acierto y velocidad, han tenido que adaptarse de la Olivetti al Amstrad, del PC al Mac, y de ahí a Internet, a Facebook o a Twitter. Cuesta, sobre todo cuando cada nueva tecnología supone más trabajo por menos sueldo, pero más parece costarles a los afamados gurús de las redes sociales encontrar fórmulas de ingresos que permitan sostener en el mundo digital redacciones capaces de hacer periodismo; con sus casi infinitos avances y una creatividad desbordada, pero periodismo, que sigue siendo la materia prima de este negocio, como el trigo o el centeno lo son de casi todos los panes, aunque la hogaza sea baguette y los moldes dibujen formas imposibles.

Qué ha pasado

‘Público’ nació con afán de romper algunos moldes en el formato de papel, dispuesto a caminar en paralelo por la revolución digital y sobre todo elaborando una materia prima transparente: periodismo honesto, no falsamente neutral ni equidistante, sino comprometido con causas justas desde un progresismo sincero. En cuatro años y medio ha roto ciertos tabúes, ha dado eco a voces silenciadas por el ruido del discurso único y ha llegado al espacio intergeneracional que buscaba como plataforma de debate y referencia de una forma de ver la vida. En el complejo universo de la izquierda española sería deseable una reflexión autocrítica sobre el monolítico panorama mediático, más allá de la obviedad de que el dinero no suele viajar en maletas rojas.

La agudísima crisis económica, la publicitaria, la del papel… son factores decisivos que han hecho inviable el proyecto de ‘Público’, como también lo son los propios errores desde la dirección del diario o desde la empresa editora. Ayer, Mediapubli y la administración concursal pusieron el domingo, 26 de febrero, como fecha límite para la edición de ‘Público’ en papel al no haberse conseguido la financiación necesaria para su continuidad. La asamblea de trabajadores, después de casi dos meses de incertidumbre en los que se ha mantenido fiel a la cita con los lectores, ha decidido no realizar ningún número más. La empresa ha anunciado su intención de dar continuidad a la edición digital de público.es, con 5,5 millones de usuarios únicos según el último control de OJD, audiencia que la sitúa como la cuarta web de información general en España.

Nunca ha ejercido este diario ese ombliguismo que con demasiada frecuencia afecta a un oficio tentado por las vanidades, la adulación o las falsas modestias. Pero en este triste punto y aparte, sería injusto no proclamar la satisfacción de haber trabajado en una empresa que en todo momento ha respetado la independencia y la libertad de la dirección para acertar o equivocarse. Como tampoco es ningún tópico de compromiso expresar el infinito orgullo de haber formado parte de un equipo serio, riguroso y apasionado. Decía Kapuscinski que “no puede ser buen periodista quien no es buena persona”. Entre los más de 200 trabajadores que han pasado por ‘Público’ en estos cuatro años y medio habrá de todo, como en cualquier colectivo humano y profesional. Pero abunda la buena gente, porque si no habría sido imposible hacer un periodismo digno que ha provocado la impresionante reacción de apoyo vivida en estos últimos dos meses. La mención más especial es para esos casi 160 compañeros y compañeras que no tienen madera de capitán Schettino y que han mantenido el barco a flote en mitad de las tormentas. Merecen seguir ejerciendo uno de los oficios más hermosos que existen. Durante 1.599 días, ‘Público’ no ha faltado a su cita en los quioscos. Gracias de corazón a tantos lectores fieles y a esos más de 44.000 firmantes del Manifiesto de apoyo al periódico. Ahora que ya nadie podrá envolver pescado ni hacer pajaritas con sus páginas, el nombre y lo que representa seguirá en las redes.
Hasta siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario