“Hay que haber comenzado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresarse no sería inteligencia. Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada…
La memoria, indispensable y portentosa, es también frágil y vulnerable. No está amenazada sólo por el olvido, su viejo enemigo, sino también por los falsos recuerdos que van invadiéndola día tras día… La memoria es invadida continuamente por la imaginación y el ensueño y, puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira. Lo cual, por otra parte, no tiene sino una importancia relativa, ya que tan vital y personal es una como la otra”. Luis Buñuel (Mi último suspiro)
Con esta cosita tan cierta y tan estremecedora, presentamos la primera de las entregas que haremos sobre una de las más invocadas, pero también maldecidas funciones del cerebro y la condición humana, sobre nuestro disco duro, sobre las constelaciones de neuronas y circuitos cerebrales que conforman nuestra memoria, preciosa palabra que sin embargo se queda corta si queremos describir todas los significantes y significados que a la memoria damos.
Primera Parte. La memoria en el cerebro
"Nos miramos y desde mis ojos señales eléctricas parten instantáneas a las profundidades de mi cerebro y entonces, en un rumor de sinapsis, tu mirada se graba para siempre en mi memoria."
La memoria humana es la función cerebral resultado de conexiones sinápticas entre neuronas mediante la que el ser humano puede retener experiencias pasadas. Los recuerdos se crean cuando las neuronas integradas en un circuito refuerzan la intensidad de las sinapsis.
Estas experiencias, según el alcance temporal con el que se correspondan, se clasifican, convencionalmente, en memoria a corto plazo (consecuencia de la simple excitación de la sinapsis para reforzarla o sensibilizarla transitoriamente) y memoria a largo plazo (consecuencia de un reforzamiento permanente de la sinapsis gracias a la activación de ciertos genes y a la síntesis de las proteínas correspondientes).
La memoria humana, a diferencia de la memoria de los animales que actúa principalmente sobre la base de sus necesidades presentes, puede contemplar el pasado y planear el futuro. Respecto de su capacidad, se ha calculado el cerebro humano puede almacenar información que “llenaría unos veinte millones de volúmenes, como en las mayores bibliotecas del mundo”.
Fuente: Wikipedia
Anatomía de la memoria
Dentro del sistema límbico de nuestro cerebro se halla el hipocampo, dos pequeñas regiones -una en cada hemisferio cerebral- que conforman una estructura cerebral fundamental en la que se gestionan la memoria a corto y a largo plazo.En él se encuentran hasta cuarenta millones de células nerviosas que permiten unir primero y almacenar después los distintos fragmentos de información que le llegan desde nuestros órganos sensoriales, determinando si se hace en la memoria a corto plazo o si ha de consolidarse en la memoria a largo plazo. De esta forma, el hipocampo recrea y construye los recuerdos como un todo reunificado cuando, tiempo después, invoquemos momentos ya pasados.
Si el hipocampo resulta dañado, se pueden tener serias dificultades a la hora de formar nuevos recuerdos y normalmente también afecta el acceso a los recuerdos anteriores al daño, lo que se conoce como amnesia retrógrada. En este documental (unos tres minutos) pueden ver con más detalle cómo opera esta pequeña pero fundamental estructura cerebral para descartar o grabar a machete en nuestra memoria los hechos y tiempos de nuestras vidas.
Los siete pecados de la memoria
Para completar la información sobre cómo se alojan los recuerdos en nuestro cerebro ofrecemos el interesante y didáctico documental Los siete pecados de la memoria de uno de nuestros programas fetiche, Redes, de Punset, sobre las triquiñuelas que nuestro cerebro utiliza para dar coherencia y creíble solidez a las arenas movedizas que sustentan nuestros recuerdos. Aunque a veces los materiales que utiliza para ello sean falsos.
Es fácil afirmar que, sin memoria, no hay pasado. Lo revolucionario es que la neuropsicología ha descubierto que, sin memoria, tampoco hay futuro. Curiosamente, cuando imaginamos lo que viene, se activan las mismas partes del cerebro que cuando recordamos el pasado.
A nadie le extraña ya que nuestra memoria no sea un fiel registro de las experiencias vividas. El cerebro crea, completa e inventa para dar coherencia al pasado. Pero lo que ahora se está demostrando es que si la memoria nos falla y nos juega malas pasadas, es para unificar mejor nuestro yo presente con el del pasado, e incluso con el del futuro.
Mediante técnicas de neuroimagen y experimentos psicológicos, Daniel Schacter profesor de psicología de la U. de Harvard y especialista en memoria y neuropsicología y autor del libro Los siete pecados de la memoria, estudia los engranajes de la memoria. Schacter explica que la memoria no es tan fiable cuando lo que intentamos recordar son los detalles de lo que ha sucedido hace tiempo. Pero, a veces, cuando la memoria parece engañarnos, lo hace para sintetizar el significado general de nuestra experiencia, para darle un sentido a lo que nos ha sucedido. (Fuente: página de Redes)
Segunda parte. La memoria como condena
Jorge Luis Borges publicó en 1944 su magistral libro de cuentos Ficciones, en el que incluía el relato Funes, el memorioso, donde el autor argentino narra de forma memorable la sorprendente historia de Ireneo Funes, un chico de 19 años que tras un accidente, queda tullido pero dotado de una memoria infalible que le permite recordar hasta el más mínimo detalle de todo lo que había vivido.
En este cuento maestro Borges construye lo que él mismo definió como "una larga metáfora del insomnio" -pues Ireneo apenas duerme, lo que le priva de la labor depuradora del sueño-, reflexionando sobre la diferencia entre el conocimiento absoluto y la razón ya que, según el propio autor, Funes carecía de la capacidad del pensamiento. "Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos".
Les ofrecemos algunos párrafos de este magnífico cuento. El maestro argentino dibujando la prisión perpetua dentro de una memoria absoluta, una memoria sin un lugar donde habite el tan necesario olvido.
En este cuento maestro Borges construye lo que él mismo definió como "una larga metáfora del insomnio" -pues Ireneo apenas duerme, lo que le priva de la labor depuradora del sueño-, reflexionando sobre la diferencia entre el conocimiento absoluto y la razón ya que, según el propio autor, Funes carecía de la capacidad del pensamiento. "Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos".
Les ofrecemos algunos párrafos de este magnífico cuento. El maestro argentino dibujando la prisión perpetua dentro de una memoria absoluta, una memoria sin un lugar donde habite el tan necesario olvido.
Borges. Funes, el memorioso
(...) Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre.
Arribo, ahora, al más dificil punto de mi relato. Este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.)
Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.(...)
Arribo, ahora, al más dificil punto de mi relato. Este (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.)
Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como 1a vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras. Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.(...)
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Tercera parte. Muñoz Molina, la memoria del escritor
Para terminar y presentando candidatura a los Premios Alfajor Glaseado a la Excelencia en el desempeño, ofrecemos La fuerza de la memoria, una impagable y poco conocida entrevista -grabada del Canal Cultura, creo que en el 2001, cuando presentaba Sefarad, ese libro capital que debería leerse en las escuelas- en la que el escritor jienense Antonio Muñoz Molina desgrana lo qué significan para él once palabras, una por cada letra de sus apellidos, once temas capitales en su vida, en su obra literaria y en su conciencia moral. Palabras y temas como Mágina, la ciudad imaginaria trasunto del Jaén de su infancia y en la que transcurren algunas de sus novelas, sus influencias literarias, la ternura, la literatura, la derrota, los libros, el conocimiento de la Historia, la identidad, materiales todos que conforman su alma y su memoria.
Es media hora intensa, humanista, magnífica, que nos ofrece no sólo uno de los mejores escritores españoles vivos sino, sobre todo, un hombre honesto y lúcido como pocos en este país.
Es media hora intensa, humanista, magnífica, que nos ofrece no sólo uno de los mejores escritores españoles vivos sino, sobre todo, un hombre honesto y lúcido como pocos en este país.
Muchas gracias a ti Maribel, por tus palabras, me alegra que te guste el post.
ResponderEliminarJosé Antonio Marina me gusta mucho aunque no me he leído aún "La inteligencia fracasada". El laberinto sentimental" está genial. Supongo que conocerás a Francisco Mora, es un neurólogo coleguita suyo que escribe estupendamente. Estoy preparando una entrada sobre el placer que llevará cosas suyas.
Un saludo Maribel.
Mucha memoria mucha gaita, pero no has hecho ninguna mención a este disco duro en forma de chica guapa que te recuerda los cumpleaños de tus seres queridos. Mona.
ResponderEliminarTienes más razón que un santo. Impresionado me dejaste. Pequechez, la memoriosa.
ResponderEliminar¡Preciosa esta entrada Luis!!
ResponderEliminarY para consolar a los desmemoriados, como diría Mario Benedetti, el olvido está lleno de memoria.
¡Un abrazo!
Gracias Bea. Sí, ha quedado bonita y es un tema al que seguro volveré aunque ahora tenga tantos temas pendientes. ¡¡¡Más de 40!!!
ResponderEliminarMe gusta mucho tu costumbre de enmarcar palabras con exclamaciones.
Un abrazo
Hola Luis!!, ya ves como ando, leyendo tus post atrasados!! Es que escribes tanto, y hay que leerlo con tanta atención, que no puedo seguirte!!.
ResponderEliminarEs un post, magnífico, magistralmente encadenado y con material para pensar, para reflexionar, y, en la medida de lo posible, no olvidar.
Sobre Antonio, qué voy a decir; probablemente si se prestara más atención a lo que dice, y a otras personas, pocas, como él, el mundo sería un lugar mejor.
Un abrazo y buen finde!!
Ps. Veo que se solucinó el aspecto técnico. A ver lo que duda!!
Hola, estaba husmeando por el blog de Guisantes y he visto tu comentario sobre Antonio Muñoz Molina y aquí que me he venido. Me ha encantado, aquí se da lo de conocer al escritor y no te decepciona.
ResponderEliminarSoy admiradora y seguidora de todo lo que hace Muñoz Molina y nunca me ha decepcionado.
No sé como hacer para poner esta entrada tuya en mi blog, creo que estará muy bien amplificar estas conversaciones que no tienen desperdicio.
Un saludo
Teresa
www.loslibrosdeteresa.wordpress.com