David Alhambra nos habla sobre una de las sensaciones consustanciales a los humanos desde que a alguien se le ocurrió fermentar vides, como la de hacer una fiestuqui en casa y que se te vaya de las manos, los concurrentes hasta arriba de todo y tú guay, pero alguien o algo te toca los cojones y en ese momento supremo en que los vigilantes del raciocinio en tu cortex cerebral miran a otro lado, los sonidos y los sentidos se enturbian (y las nenas molan más), en ese momento te llevan 2342 años antes y tú eres Dios y estás conquistando el Imperio Persa y has empinado el ánfora más de la cuenta; así que aprovechas y en vez de sólo dar voces y romper una botella, pues te quemas una ciudad y acuchillas a un colega. Nos cuenta David:
Leo la vida de Alejandro Magno, Alejandro, cuyo inculto padre, Filipo, contrató a Aristóteles como tutor de su joven heredero y guerrero para que puliera sus suaves hombros. Alejandro, que en la campaña de Persia llevaba un ejemplar de "La Iliada" en una caja forrada de terciopelo y adoraba aquel libro. Pero también la lucha y el vino.
Llego a ese momento de su vida en el que Alejandro,tras una larga noche de juerga, borracho de vino (la peor borrachera posible, esas resacas no se olvidan) arrojó la primera tea que incendió Persepolis, capital del Imperio Persa (ya antiguo en la época de Alejandro). Quedó totalmente arrasada. Luego, cómo no,a la mañana siguiente - puede que aún ardiera la ciudad- tuvo remordimientos.
Pero en nada parecidos a los que sintió la tarde siguiente cuando en una discusión cada vez más subida de tono,Alejandro, sin afeitar y la cara roja por el vino, se puso de pie tambaleándose empuñó una espada y le atravesó el pecho a su amigo Cletus, que le había salvado la vida en Granico. Durante tres días, Alejandro lamentó su muerte. Lloró. Se negó a comer. "Se negó a atender sus necesidades corporales". Incluso realizó la promesa de dejar la bebida para siempre (he oído muchas veces esas promesas y las lamentaciones que acarrean).
No hace falta decir que se paralizó completamente la vida en el ejército mientras Alejandro se abandonaba a su dolor. Pero cuando pasaron esos tres días, el terrible calor empezaba a llevarse parte del cadáver de su amigo y le convencieron para que hiciera algo. Salió de su tienda, cogió el ejemplar de Homero, lo desató y empezó a pasar páginas. Finalmente,dio órdenes de que los ritos funerarios descritos para Patroclo se siguieran al pie de la letra: quería para Cletus la mejor despedida posible. ¿Y cuándo ardió la pira y empezó a correr el vino? Pues claro,¿qué te crees? Alejandro bebió hasta perder el sentido. Tuvieron que llevarle a su tienda. Tuvieron que levantarlo para meterlo en la cama.
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