Llega el invierno, una de mis tres estaciones preferidas y con él, en "Vida y Tiempos..." queremos plasmar alguna de las conexiones mentales que nos genera este periodo del año tan bonito y habitualmente tan poco valorado ("el invierno, qué chufa!" Lucía Corral dixit) en el que la Naturaleza ajusta algunas cuentas con nosotros resfriándonos, bloqueando nuestras carreteras y oscureciendo nuestros espíritus.
Primera parte. Invierno en Yellowstone
El parque de Yellowstone, localizado en en el noroeste del estado de Wyoming, fue creado en 1872 siendo el primer parque nacional creado en todo el mundo y poniendo así la primera piedra en la red de parques nacionales del planeta, auténticas islas de naturaleza viva y casi indemne entre tanta barrabasada causada en la Naturaleza por esa especie bípeda tan dañina que colonizó la Tierra.
Este parque se asienta sobre los restos de un antiguo y gigantesco volcán de tal forma que aún mantiene una gran cantidad de fenómenos geotermales como miles de coloridas fuentes termales y geiseres de los que es el más célebre el "Old Faithful", que aproximadamente cada 90 minutos y con una duración de 2 a 5 minutos lanza entre 44000 y 53000 litros de agua a una altura de entre 30 y 55 metros, ahí es nada. También se encuentra en este parque el Gran Cañón del río Yellowstone, una de sus cumbres paisajísticas.
En invierno cierran casi todas sus rutas y ya no puede visitarse en coche sino sólo con vehículos especiales para la nieve y el parque se transforma en un esplendor níveo de coníferas, ríos, lagos y fuentes termales, pura magia.
En cuanto a la fauna, las especies más representativas son el bisonte (la última manada salvaje de Estados Unidos se refugia aquí de los vientos árticos, cerca de las fuentes termales), el lobo, el puma (como esta preciosidad de aquí al lado) alces, ciervos, antílopes, coyotes, águilas y osos.
En definitiva, un lugar maravilloso sin embargo más conocido por los simpáticos cartoons de aquel oso Yogi ladrón de cestas de emparedados (siempre me hizo gracia esta palabra) y que en invierno filtra el volumen de visitantes ofreciendo su cara más salvaje y pura.
Under the spruce trees / In the silent woods / Secret caves / Winter bedrooms / hiding from the hunter / The evil's man's eyes / Fields of snow / Cold ice paradise / Silent dreams / Deep sleeps, sweet friend / Let's hug? then when it's spring again
Y para terminar con esta primera parte relacionada con el invierno y la Naturaleza presentamos Silent Woods, de Husky Rescue. El artefacto que reproduce esta canción no es muy agraciado el pobre pero bueno, cumple su función dignamente, poder disfrutar de esta pequeña y extraña delicadeza de Husky Rescue. Son un poco más de dos minutos de puro bosque e invierno. Escúchese de noche, claro.
Under the spruce trees / In the silent woods / Secret caves / Winter bedrooms / hiding from the hunter / The evil's man's eyes / Fields of snow / Cold ice paradise / Silent dreams / Deep sleeps, sweet friend / Let's hug? then when it's spring again
Segunda parte. El cine, los cuervos y el invierno
Y enlazando con Silent Woods, canción con cuervos al fondo, preciosos animalejos a los que siempre he asociado con el invierno, recordamos tres magníficas películas hechas en la segunda mitad de los noventa, tres películas con sangre en la nieve, tres películas pequeñas en presupuestos pero llenas de talento (tanto en la dirección como por parte de los actores) y en las que el invierno (y los cuervos) se conforma como otro de los personajes de la película, anticipando o provocando tragedias, dibujando escenarios y mediatizando comportamientos.
En "El Dulce Porvenir" (The Sweet Hereafter, 1997), basado en una novela homónima de Russell Banks, Atom Egoyan pinta un desolador retrato de la tragedia que se abate sobre el alma de un pueblo canadiense cuando la mayoría de los niños de la localidad mueren en un accidente del autobús que los lleva a la escuela.
Es una película de silencios, de miradas y emociones esquinadas, es de las tres la que quizás exija más al espectador para captar la devastación interior de la antiguamente idílica comunidad, cómo sus desvalidos miembros se revuelven con rabia buscando culpabilidades y escapes emocionales que les libren de esa terrible desolación.
Egoyan utiliza la melancolía de sus paisajes siempre nevados para escrutar por caminos laterales en las nebulosas intimidades y nostalgias de sus personajes, en sus secretos inconfesables, en sus fragilidades sobrevenidas y en la certeza de que en sus vidas se ha instalado para siempre una fantasmagórica tristeza.
En 1999, Sam Raimi se olvidó por un rato de su cine de posesiones infernales y otras intrascendencias y sorprendió a todos con "Un plan sencillo" (A simple plan, 1999), una película con algunas similitudes a Fargo (cosa no extraña porque Raimi y los Coen son coleguitas), donde el casual hallazgo por parte de tres amigos de una avioneta estrellada entre la nieve en cuyo interior encuentran una bolsa con cuatro millones de dólares (bueno también un cadáver y un cuervo muy simpático) desencadena la tragedia, planteando el clásico dilema moral de quedarse o no con el dinero lo que provoca que, según transcurre la película, los personajes (y con ellos los espectadores) avancen tomando decisiones equivocadas mientras se cuestionan certezas, felicidades utópicas e infelicidades que nunca les abandonarán.
Por último "Fargo" (Fargo, 1996), Premio a la Mejor Dirección en Cannes, Óscar al Mejor Guión y Actriz Secundaria para Frances McDormand y una de las grandes películas de los de los hermanos Coen.
Los Coen dibujan un poco amable retrato de la América rural y profunda en esta mezcla de thriller con tintes de comedia, un falso secuestro que nos va presentando una serie de personajes que se mueven entre la mezquindad y la ineptitud, entre la violencia asesina y el absurdo. Y a pesar de todos estos factores, los Coen mantienen el equilibrio en la dirección y nos ofrecen una muy entretenida y corrosiva película apoyados por un gran guión y unos actores perfectos en sus papeles.
Y como hemos dicho, en estas tres películas con nieve y muerte y como un heraldo de ambas aparecen los cuervos, observando con curiosidad las miserias humanas, casi juzgando a los personajes desde la distancia. Altivos, inteligentes, de color negro pizarra, negro absoluto, ejemplo preclaro e insolente de naturaleza superviviente, verlos rondando cerca nos inquieta, quizás porque si pudieran nos sacarían, sin acritud, los ojos.
Así pues los llenamos, como a ese otro superviviente nato que es el lobo, de temores primordiales y malos augurios y se nos instalan dentro del subsconsciente imbricados con la muerte y la desdicha.
Sin embargo, hasta los prejuicios sirven a la mente humana para mostrar toda su creatividad y así, esta metáfora del cuervo como mensajero de la muerte se expresa en toda su magnitud en esa gran obra de la literatura norteamericana que es "El Cuervo" (The Raven 1845) , el gran poema de Edgar Allan Poe, publicado en 1845.
Construida sobre estrictos métodos compositivos que buscaban gustar a todas las clases populares, su riqueza simbólica y musicalidad causaron impacto en su época. Déjense rodear por la atmósfera irrepetible creada por Poe para un ave llegada de un lugar muy oscuro trayendo un mensaje de fatalidad y locura a un desdichado ser humano al que la felicidad no le llegará nunca más.
¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
El Cuervo
Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada, meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido, como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
"Es un visitante -me dije-, que está llamando al portal; sólo eso y nada más."
¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma en mis libros, ni consuelo a la perdida abismal
de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar y aquí nadie nombrará.
¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma en mis libros, ni consuelo a la perdida abismal
de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar y aquí nadie nombrará.
Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal que, para calmar mi angustia repetí con voz mustia:"No es sino un visitante que ha llegado a mi portal; un tardío visitante esperando en mi portal. Sólo eso y nada más".
Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé:
"Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguidoy tan suave había sido vuestro golpe en mi portalque dudé de haberlo oído...", y abrí de golpe el portal:sólo sombras, nada más.
"Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguidoy tan suave había sido vuestro golpe en mi portalque dudé de haberlo oído...", y abrí de golpe el portal:sólo sombras, nada más.
La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno,
y soñé sueños que nadie osó
soñar jamás;
pero en este silencio atroz, superior a toda voz, sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...
y soñé sueños que nadie osó
pero en este silencio atroz, superior a toda voz, sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...
sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco la volvió a nombrar.
Sólo eso y nada más.
Sólo eso y nada más.
Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
"Esta vez quien sea que llama ha llamado a mi ventana;
veré pues de qué se trata, que misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!".
Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal, en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral; fue, posóse y nada más.
Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser
osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más"