Hoy visitamos el siempre recomendable blog de la Boca d'Or, referencia obligada para entender mejor nuestra historia y, en especial, la de la Transición, ese periodo tantas veces invocado pero del que se conoce tan poco de sus miserias, al menos respecto a la feroz represión que las fuerzas de seguridad del Estado ejercieron antes y después de la muerte del dictador sobre las distintas disidencias políticas de nuestro país. Así pues, republicamos su última entrada, sobre el asesinato por la policía del estudiante universitario Enrique Ruano, a comienzos de 1969. Franco ya flaqueaba pero ahí estaba su matarife Fraga para ocuparse de las cosas del matar y el fundador del PP demostraba que ninguna clase social estaba a salvo de la brutalidad del régimen. Tiempos grises, tiempos oscuros, en una España anhelante de libertad.
La noche del 17 de enero de 1969 la policía entra en un bar y detiene a cuatro estudiantes de Derecho de la Complutense: Enrique Ruano, su novia, Lola González Ruiz, Abilio Villena y José Bailo. Los han visto lanzando octavillas por la calle. Militan en el Frente Popular de Liberación, el Felipe, formación que buscaba conciliar marxismo y catolicismo mientras se oponía al franquismo. Los llevan a los sótanos de Puerta del Sol. A interrogarlos. La Inquisición interrogaba a brujas y herejes, por aclarar un poco el concepto.
A Enrique Ruano, 21 años, a punto de hacer el servicio militar, hijo de buena familia, maravilloso alumno en palabras de uno de sus profesores, Gregorio Peces Barba, lo tienen tres días sin dormir. A hostias. Al tercer día lo sacan a la calle, acompañado por tres policías de la Brigada Político Social: Francisco Colino, Celso Galván y Jesús Simón. Lo llevan al número 60 de General Mola, hoy Príncipe de Vergara, a registrar un piso en busca de pruebas incriminatorias.
El piso es un séptimo. Entran. Se oyen gritos, un disparo, y el cuerpo de Enrique Ruano cae al vacío por un patio interior. La policía llama a casa de sus padres, que su hijo se ha suicidado. Esa será la versión oficial. Un forcejeo, una loca carrera y un salto suicida desde el séptimo. No se les dejará ver el cadáver, la autopsia se hace de tapadillo y con muchas zonas oscuras. Ni siquiera se deja a la familia publicar una esquela.
A Enrique Ruano, 21 años, a punto de hacer el servicio militar, hijo de buena familia, maravilloso alumno en palabras de uno de sus profesores, Gregorio Peces Barba, lo tienen tres días sin dormir. A hostias. Al tercer día lo sacan a la calle, acompañado por tres policías de la Brigada Político Social: Francisco Colino, Celso Galván y Jesús Simón. Lo llevan al número 60 de General Mola, hoy Príncipe de Vergara, a registrar un piso en busca de pruebas incriminatorias.
El piso es un séptimo. Entran. Se oyen gritos, un disparo, y el cuerpo de Enrique Ruano cae al vacío por un patio interior. La policía llama a casa de sus padres, que su hijo se ha suicidado. Esa será la versión oficial. Un forcejeo, una loca carrera y un salto suicida desde el séptimo. No se les dejará ver el cadáver, la autopsia se hace de tapadillo y con muchas zonas oscuras. Ni siquiera se deja a la familia publicar una esquela.
El día 22 el hilo telefónico que conecta los despachos de Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información; Manuel Jiménez Quílez, director general de Prensa y Torcuato Luca de Tena, director de ABC; da como resultado una editorial, sin firma, vergonzosa, aludiendo a un Enrique Ruano con problemas mentales, tendencias suicidas y manipulado por los comunistas, los verdaderos autores de su muerte: 'resulta infinitamente despreciable y perverso por parte de quienes le arrastraron fuera de la ley haber utilizado para la acción subversiva a un pobre muchacho tocado de una clara y típica psicopatía'.
ABC va ese día sobrado de oprobio y no contentos con poner en boca de Ruano la frase 'el infierno son los otros' se hacen con parte de la correspondencia privada entre Enrique Ruano y su psiquiatra, Carlos Castilla del Pino, la trocean, recomponen a placer y la convierten en un presunto diario personal que anuncia el suicidio. Pasado el tiempo publicarían nota reconociendo que igual se habían pasado tres pueblos con tanta creatividad.
ABC va ese día sobrado de oprobio y no contentos con poner en boca de Ruano la frase 'el infierno son los otros' se hacen con parte de la correspondencia privada entre Enrique Ruano y su psiquiatra, Carlos Castilla del Pino, la trocean, recomponen a placer y la convierten en un presunto diario personal que anuncia el suicidio. Pasado el tiempo publicarían nota reconociendo que igual se habían pasado tres pueblos con tanta creatividad.
El asesinato de Enrique Ruano provoca marejada en los ambientes universitarios y estallan huelgas y movilizaciones, por otros motivos, en todo el Estado. El 24 de enero se decreta el estado de excepción, el octavo de la dictadura y el primero de ámbito nacional, 'para luchar contra las acciones minoritarias sistemáticamente dirigidas a alterar la paz española y evitar que se arrastre a la juventud a una orgía de nihilismo y anarquía'. Hay cientos de detenciones que llevan a torturas, encarcelamientos y deportaciones al Sáhara. A un joven Joaquín Sabina lo detiene su propio padre, comisario de policía.
La familia de Enrique Ruano, de intachable moral, forman parte de los vencedores, intenta mover papeles para limpiar la memoria de su hijo de toda la mierda que les están tirando. Fraga en persona llama al padre de Enrique, que deje de tocar los cojones, que a ver si también va a tener problemas de salud su hija Margot, que anda en política como hacía su hermano.
No habrá investigación alguna. La familia no se rendirá y logra que el caso de reabra en 1994 para prosperar en 1996 llevando a los tres policías que acompañaban a Enrique al banquillo de acusados. Los tres agentes, que por cierto fueron felicitados públicamente en febrero del 69 por su trabajo en la custodia del detenido suicida, habían progresado adecuadamente ascendiendo en la escala sin mayores problemas, llegando al juicio como comisarios. El abogado José María Mohedano, compañero de clase de Enrique, llevó el caso que acabó con la exculpación de los acusados por falta de pruebas. Que habían desaparecido, vaya.
La autopsia realizada tras su muerte desvelaba una herida circular en la clavícula, atribuida a un clavo de vete a saber dónde, provocada en todo caso por un objeto cónico de metal. Parecido a una bala, vamos. Cuando exhumaron el cuerpo de Enrique para un nuevo examen descubrieron, sorpresa, que alguien le había serrado la clavícula y ya no había rastros que examinar. Carlos Castilla del Pino, que lo atendía como gran amigo de la familia, siempre desmintió las tendencias suicidas de Enrique.
Coda triste en un país con mucha sinfonía macabra. La novia de Enrique Ruano, Lola González Ruiz, acabó la carrera de Derecho y pudo ejercer de abogada. Era una de las personas que estaba en el despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha el 24 de enero de 1977. Los pistoleros fascistas la dejaron gravemente herida y mataron a su marido, Javier Sauquillo. Lola González moría víctima del cáncer, a los 68 años de edad, el 27 de enero de 2015. Jodida escarcha de enero.