sábado, 22 de diciembre de 2018

Animales (53) El asesinato de Sota


El pasado día 18 de diciembre en Barcelona un agente de la Guardia Urbana le pegó un tiro en la cabeza a la perrita que era la única compañía de un chico estonio que se ganaba la vida vendiendo pulseras en la Gran Vía de Barcelona.

Varios policías se habían acercado al chico y uno de ellos, tras darle una hostia porque sí, porque no me gusta tu nombre, al ver que la perrita les ladraba (en ningún caso les mordió) decidió que el procedimiento adecuado era ejecutar al molesto animal. Las imágenes de la perra agonizando en la calle, desangrándose pero aún moviendo la cola, como no entendiendo que hace ella muriéndose ahí, cuando sólo quería jugar y que dejaran de pegar a su dueño, son de las que no se olvidan. A mí al menos se me han metido dentro y me están matando.

Dulce Sota, lo siento en el alma, siento que te hayas ido de este mundo de esta forma tan cruel, tan triste, tan sola, sin poder comprender a las personas. Al menos ésta que escribe ya te lleva en el corazón. Querido Tauri, siento tu dolor como si fuera mío, siento que ni siquiera pudieras abrazarla mientras moría para que no lo hiciera sola, espero que puedas vivir con esta desgracia que tan injustamente te ha devastado la vida. 

Al menos la solidaridad con Sota y Tauri se ha desbordado en los colectivos animalistas Si alguien quiere firmar esta petición para exigir que se investigue y se juzgue este hecho de lesa Naturaleza, de lesa humanidad, en este enlace se puede.

P.D. En recuerdo a Sota, 'Dogsong', de The Be Good Tanyas




Out in the trees, dirt on our knees / We laid him down forever / And on that hill there it was still / As in the ever after / He lays his rest we knew it best / To lay him down so gently / And now he sleeps / where moss does creep / And no more is he with me / The birds did cry, and so did i / To think of life so lonely / And in their song i heard it long / What sadness, and what beauty / Your friend is gone, but / you live on / In life you loved him fully / But now little streams and forests / Dream / And all is made more holy


El amo de la perra abatida por un policía: “Sota no le mordió”

El joven estonio denuncia ante el juez a los agentes por agredirle tras la muerte del animal en plena calle

El País - Barcelona 21 diciembre 2018 - 20:24 CET

Minnesota es el nombre con el que se la entregaron después de ser abandonada. Pero él la llamaba Sota. "Dormía conmigo, se levantaba conmigo... Sota me ha demostrado más amor que mi familia", explica Tauri Ruusalu sentado en un banco de la Ciudad de la Justicia. A ratos, el joven estonio baja la cabeza, interrumpe su relato y se queda como en trance mientras recuerda a la perra que le ha acompañado desde que llegó a Barcelona, hace un año y cuatro meses, como mochilero. "Sota ha estado con niños y no les ha hecho ni un arañazo. No ha mordido a nadie. Tampoco al policía que la asesinó".

Ruusalu acaba de denunciar ante el juez al agente de la Guardia Urbana que, el pasado miércoles, sacó su pistola en plena Gran Vía de Barcelona y mató a Sota, un mestizo de labrador de unos dos años y medio, de un solo y letal disparo. Según la versión oficial, la perra le había mordido en el brazo y buscaba su cuello. El joven lo niega de forma rotunda y airada. Su abogada, Inés Guardiola -que le asiste de forma altruista- ha pedido al juez que impida la destrucción del cuerpo del animal y que obligue a un hotel cercano a entregar las imágenes de las cámaras de seguridad. El Ayuntamiento de Barcelona ya ha anunciado que investigará los hechos.


El joven, que vive en la calle y vende pulseras, también hace un llamamiento para encontrar testigos de lo ocurrido. Los hechos, que han indignado a las entidades animalistas, ocurrieron en pleno mediodía del miércoles. Ruusalu paseaba por la calle junto a Sota, que como siempre iba "suelta, sin atar", cuando un agente le tocó en el hombro y le pidió que se identificara. A partir de ahí, los relatos de la Guardia Urbana y del amo de la perra abatida difieren por completo y han dado lugar a denuncias cruzadas.

"Me ofrecí a escribirle mi nombre porque es complicado. El policía pensó que le tomaba el pelo", cuenta. El agente le dio entonces, siempre según su versión, un manotazo en la cara. Sota se interpuso entre los dos. "Subió sus patas delanteras al brazo del policía, pero no le mordió. Movía la cola todo el rato. Pensaba que estábamos jugando". Ruusalu dice que ordenó al animal colocarse detrás de él. Pero el urbano le gritó para que entrara en el coche y Sota ladró y se dirigió hacia el policía.

Una ejecución a sangre fría. Así describe Ruusalu la acción del urbano. El joven estonio se lleva las manos a los bolsillos, las saca simulando que lleva una pistola y reproduce de forma teatral lo ocurrido ante la mirada de los vigilantes de seguridad de la Ciudad de la Justicia, vacía y espectral a estas horas de la noche. "No dijo nada. Sacó su pistola y sin dudarlo apuntó directamente a la cabeza y disparó. La asesinó. Estaba a unos tres metros. Me quedé aterrorizado".

Ruusalu se queda otra vez paralizado, los ojos fijos en el suelo mientras rememora aquel momento. Más calmado, intenta buscar una explicación: "No sé si el policía se asustó o quiso probar su poder contra mí. No estoy en contra de los policías, pero tienen que saber controlar una situación. El policía que disparó a Sota tiene un problema mental, no puede llevar un arma".

Agresión tras el 'shock'

El nómada Ruusalu (antes de vivir en las calles de Barcelona recorrió otras en Francia, Suiza o Alemania para "entender nuevas culturas") acude a los juzgados, de entrada, para despedirse en condiciones de su compañera. "Quiero el cuerpo de mi perra. Quiero incinerarla y enviar sus restos al Mediterráneo. Le encantaba bañarse allí. Fuimos muchas veces al camping de Waikiki [en Tarragona] y Sotajugaba con los niños, que le hacían de todo", recuerda, y por primera vez su rostro deja de ser anonadado.

Pero Ruusalu también busca justicia por lo que, cuenta, le ocurrió tras el disparo. El joven quedó en shock y cogió un monopatín que llevaba para "defenderse", según su denuncia, que no entra demasiado en ese asunto aunque el joven admite que entonces estaba "muy enfadado". La Guardia Urbana, en cualquier caso, ha denunciado al mochilero estonio por atentado a la autoridad. Según la versión oficial, golpeó a uno de los agentes con el monopatín.

Otros agentes de la Guardia Urbana acudieron entonces al lugar y se abalanzaron sobre Ruusalu para reducirle. Esa escena sí fue grabada parcialmente en un vídeo difundido estos días, en el que también se ve a Sota agonizando en la acera, rodeada por un charco de sangre en torno a su cabeza mientras aún mueve la cola.

La denuncia interpuesta por Inés Guardiola, del bufete Del Castillo, relata que fue agredido "brutalmente" por cinco policías. "Un agente con la bota policial me pisó expresamente y sin justificación la mano izquierda". En el coche, Ruusalu dice que también fue agarrado por el cuello y golpeado en el diafragma. Por la noche, en el hospital, solo recuerda que le sedaron para calmarle y que se despertó varias veces llamando a Sota y buscándola, en vano, debajo del colchón.

domingo, 16 de diciembre de 2018

Gatos (9) Cristina y el cielo de los gatos

Afortunadamente también existen animales que pueden vivir toda su existencia junto a personas que los respetan y cuidan como miembros de su propia familia, una de ellas nuestro admirado Alfonso Armada, de cuyo blog en Fronterad importamos su último post, una hermosísima elegía por la muerte de su gata Cristina. Esa felinilla estará siempre en su corazón, ahora también para siempre en nuestro blog.

Cristina y el cielo de los gatos

Alfonso Armada - FronteraD 21 de diciembre, 2018

viernes

El desconcierto es lógico. Como para no saber en qué ciudad dormiste anoche. De qué hablaste con Helena Maleno esta mañana. Cómo conseguiste embarcar en el tren de las 16.45 siendo el último pasajero y recorriendo el andén a la carrera.

Pero también escuchando atentamente el impacto del iris de Isabel sobre cada letra, para provocar un relámpago de lucidez que nos permite comunicarnos con ella, que sigue despidiéndose.

Como Cristina, que languidece, va perdiendo peso, ronronea en el pasillo cuando me acuesto junto a ella. Y no le decimos nada a la niña de que sangró esta noche cuando le dimos la medicina. No hay salvación, y acaso ella ya lo sepa, como lo sabemos nosotros, aunque apenas hablemos de ello.

sábado

Adormecida en mi sofá, donde suelo leer, esta noche no la despertaré. Cristina se muere lentamente. Resulta doloroso ver cómo contempla el agua y la comida, y ni lo intenta. Cada vez está más delgada. Nos mira perpleja. 

domingo

Recuento. De días cuya huella es tenue, se desdibuja. Mientras la gata nos dice que, en silencio, sufre, va perdiendo la batalla, ha empezado, inexorablemente, a despedirse. 

lunes

Nos vamos adaptando al cambio de temperatura, de humor, de luz, de episodios que van configurando el tiempo que, si tenemos suerte y conciencia, podemos llamar vida. En realidad, no debería quejarme. Aunque todo se terminara súbitamente esta noche, o mañana. Como la vida de Cristina, que nos ha acompañado durante cerca de veinte años y ahora nos mira sin entender qué o quién la está llamando. Porque creo que la gata presagia su propia muerte. Cómo no darle cariño después de tantos años de convivencia entre Nueva York y Madrid. No se trata de humanizarla ni de equiparar su dolor al de los humanos. Se trata de reconocer a cada ser vivo en su circunstancia, en qué medida saca nuestros sentimientos menos mezquinos, nos interpela acerca de nuestra condición aquí, en este planeta que se mueve por la Vía Láctea sin que sepamos a ciencia cierta cuál es nuestra misión, nuestro destino. Pero yo creo que de nuestro comportamiento hacia los otros, incluidos por supuesto los animales y las plantas, y hacia nosotros mismos, depende el sentido profundo de la existencia.

martes

De madrugada, me asomo al patio de luces. Veo mi sombra, agigantada, borrosa, contra la pared de enfrente. Hay ropa tendida: el vestuario de una compañía de fantasmas. Ropa aterida de frío, planchada por la baja temperatura. Y el alféizar iluminado de un piso inferior, donde no conozco a nadie.

La gata se está apagando. Y nosotros con ella. ¿Cómo no entristecerse?

miércoles

Los tres sabíamos, aunque no nos lo dijéramos, que el de las tres menos diez de la tarde iba a ser el último viaje de Cristina, que ya no volvería de la clínica, que regresaríamos con el transportín rojo que le compramos en Nueva York para las visitas al veterinario… vacío.

Los tres sabíamos que nuestra gata, que nos ha acompañado en Nueva York durante casi un tercio de nuestras vidas (hablo de C y de mí) y buena parte de la vida de Ana María, estaba pasando sus últimas horas en este mundo, no iba a poder superar ese cáncer que la devoró en menos de quince días.

Pero no nos lo dijimos. Aunque los tres pensábamos lo mismo. Que la gata que llenaba cada rincón de esta casa con su silencio, su misterio, sus exigencias, su escurridizo cariño, sus arrebatos esporádicos de furia cuando la importunaban, las batallas con su rabo, había agotado su tiempo.

Cuando el oncólogo la quiso examinar se revolvió con rabia, como la felina indomable que es. Saltó de la mesa de observación y se refugió bajo ella. Tuve que cogerla, con tanta firmeza como cariño, y envolverla en una manta, para que la examinaran. Y lo que nos dijo el veterinario no admitía ninguna esperanza. Por eso nos preguntaba en silencio qué le pasaba, por qué no podía beber, por qué no podía comer, por qué le costaba tanto conciliar el sueño.

Por eso, de común acuerdo, y mientras llorábamos los tres, cada uno a su manera, accedimos a que la durmieran para siempre.

Nos despedimos de ella. La acariciamos. C y Ana María la besaron como solían hacer casi todos los días. Ella nos miraba con ojos de pena, de incertidumbre, pero también de vacío. 

Se hace muy extraño llegar a casa y que no esté. No abrir la puerta del piso antes de acostarnos para que salga a afilarse las uñas, como hacía en Nueva York, como seguía haciendo aquí.

Como ocupaba cada rincón de la casa, su ausencia es inevitable. Demasiadas cosas nos recuerdan a ella.


Fuimos felices juntos. Ha sido una extraña, preciosa, poco dulce, hermética, listísima, compañera de viaje. Todos hablábamos con ella, y decíamos tener una relación especial, específica, distinta con ella.

La quisimos y la tratamos como a un miembro más de la familia. La echaremos mucho de menos. Tuvo una buena vida con nosotros, mucho mejor que en el sótano de aquel edificio en la esquina entre Park Avenue South y la calle 28, donde las hijas de Luigi, el portero, la bautizaron como Cristina Aguilera. A la hermana que no la dejaba comer, más mayor y abusiva, la llamaron Britney Spears. La adoptamos poco después del 11-S. Nunca la olvidaremos. 

Tiene toda la razón Olvido García Valdés: “Están muy solos también los animales”. El primer post de este blog, el 8 de febrero de 2012, se titulaba La gata Cristina y ChecoslovaquiaHoy, al llegar a casa, me encontré con el último número de The New Yorker: