Un artículo del escritor e historiador Paul Kennedy sobre la geopolítica del agua dulce nos advierte del peligro que aguarda al mundo de aquí a 2050 procedente de la lucha por este recurso que todos damos por descontado hasta que
empieza a faltar. Kennedy asevera que la lucha que llevan a cabo las naciones y pueblos por los recursos hídricos se acentuará en las próximas décadas convirtiéndose, con mucho, en la mayor amenaza para la seguridad de las sociedades y la conservación de los ecosistemas naturales. Con él comenzamos nuestra serie de entradas sobre este recurso indispensable para prácticamente todo y cada vez más escaso, auténtica fuerza motriz de la vida natural y el desarrollo de las civilizaciones humanas que sin embargo aún nos permitimos el lujo de derrochar y contaminar con la insensatez que caracteriza a la raza autodenominada Sapiens.
Agua, agua en todas partes
Paul Kennedy El País - 10 Sep 2012
Rápido! ¿Qué es lo peor que podría pasarle al mundo de aquí a 2050? ¿Un enfrentamiento nuclear entre Israel e Irán? No, diría un realista implacable, porque esa sería una disputa regional, con escasas consecuencias para la mayor parte de los países, del sureste asiático a Latinoamérica.
Paul Kennedy El País - 10 Sep 2012
Rápido! ¿Qué es lo peor que podría pasarle al mundo de aquí a 2050? ¿Un enfrentamiento nuclear entre Israel e Irán? No, diría un realista implacable, porque esa sería una disputa regional, con escasas consecuencias para la mayor parte de los países, del sureste asiático a Latinoamérica.
¿Una confrontación entre China y Estados Unidos por dominar el
Pacífico occidental? Peligrosa, sin duda, pero poco probable; a los dos
bandos les da miedo el uso de armas nucleares, los dos perderían buques
de guerra (quizá muchos) y, si se produjera la guerra, Estados Unidos
seguramente frustraría las ambiciones marítimas de China, pero su
esencia permanecería intacta y resentida. Así que ¿para qué molestarse?
¿El empeño de Putin en reafirmar el poder imperial de Rusia a base de
apoderarse de tierras? Eso dejaría al descubierto que las exhibiciones
militaristas del Kremlin con su ejército regular no son más que una
fachada de cartón piedra; en serio, ¿acaso su menguada población
masculina iba a estar deseosa de ponerse el uniforme y volver al lejano
Cáucaso, o de absorber una Bielorrusia en pleno declive? ¿Qué son los
esfuerzos de Rusia para negociar la instalación de bases navales en
Estados poco fiables del Tercer Mundo más que una forma de colocar a
unos rehenes en manos de la suerte?
De modo que, ¿por qué no ignorar esas longitudes de onda y distanciarnos de las especulaciones que hacen los estrategas de sillón, los expertos obsesionados con los conflictos regionales (Oriente Próximo, el fanatismo musulmán, Israel) y otros profetas de guerras militares de uno u otro tipo? ¿Por qué no fijarnos, en su lugar, en un peligro que aguarda al mundo, procedente de un recurso amable y tranquilizador que todos damos por descontado (hasta que escasea o deja de existir)? ¿Por qué no decir que la pérdida de agua potable garantizada es, con mucho, la mayor amenaza para la seguridad de los seres humanos a largo plazo? En comparación, los peligros políticos mencionados parecen pequeños.
De modo que, ¿por qué no ignorar esas longitudes de onda y distanciarnos de las especulaciones que hacen los estrategas de sillón, los expertos obsesionados con los conflictos regionales (Oriente Próximo, el fanatismo musulmán, Israel) y otros profetas de guerras militares de uno u otro tipo? ¿Por qué no fijarnos, en su lugar, en un peligro que aguarda al mundo, procedente de un recurso amable y tranquilizador que todos damos por descontado (hasta que escasea o deja de existir)? ¿Por qué no decir que la pérdida de agua potable garantizada es, con mucho, la mayor amenaza para la seguridad de los seres humanos a largo plazo? En comparación, los peligros políticos mencionados parecen pequeños.
El agua. Terriblemente abundante en esta bendita Tierra nuestra, y
eso es lo que la distingue del helado Marte y el ardiente Venus; aquí
puede haber vida. Sin embargo, el agua debe ser potable, y ahí está el
principal problema, porque la mayoría del agua del planeta es agua
salada, inutilizable para beber y (en la mayor parte de los casos) para
regar cosechas y plantas. E inutilizable para el afligido Viejo Marinero
de Coleridge, a la deriva en medio del mar, que se lamentaba en el
famoso poema: “Agua, agua en todas partes, y ni una gota que se pueda
beber”. En realidad, sólo el 2,5% del agua de la Tierra es agua dulce,
pero casi toda está atrapada en enormes acuíferos subterráneos o en los
casquetes de hielo de los Polos. Parece increíble para cualquiera que no
sea científico del clima, pero el agua de nuestros lagos y ríos no
representa más que el 0,01% de las reservas de agua del planeta.
El agua dulce y corriente —es decir agua que fluye en un río en el
que se acumulan las últimas lluvias, la nieve derretida y el deshielo
primaveral de gigantescos glaciares de montaña— es vital para nuestra
existencia, para el medio ambiente, las culturas, incluso las
naciones-estado. ¿Cómo sería Egipto sin el Nilo? ¿O Londres sin el
Támesis? ¿Y no son algunas de nuestras principales civilizaciones, en
esencia, “civilizaciones fluviales”? ¿Se pueden imaginar Viena sin el
Danubio? ¿Pero qué Gobiernos piensan alguna vez en sus ríos, en lugar de
sus sistemas de seguridad social o sus gastos de defensa? El próximo
mes voy a asistir a una conferencia organizada por el Ministerio de Agua
y Transportes de Corea del Sur, un organismo con visión de futuro, en
la que participarán expertos destacados en hidráulica, gestión de los
ríos, estuarios y otras partes fundamentales del rompecabezas. Ahora
bien, ¿quién verá el rompecabezas entero? ¿Cuáles son las amenazas contra este bendito regalo del agua a
nuestra Tierra? Son tres, que suelen estar relacionadas entre sí, pero
son fáciles de identificar por separado.
La primera es la política internacional, es decir, las disputas entre
los Estados y los pueblos por el control de las corrientes de agua
dulce. Las naciones de las partes altas de los ríos desvían el agua para
proyectos de regadío con el fin de impulsar la agricultura, como está
haciendo Turquía con su famosa Presa Ataturk. Pero los países que están
río abajo, como Siria e Irak, sufren por la reducción del volumen de
agua que les llega y se indignan; de ahí puede surgir un conflicto.
También pueden aparecer antagonismos cuando una sociedad de río arriba
descarga elementos desagradables o peligrosos en el río y contamina las
aguas que llegan más abajo. Holanda, que contiene la parte baja del gran
río Rin, ha padecido muchos ejemplos de este tipo de contaminación
transnacional.
La segunda es totalmente distinta: se debe al tremendo aumento de la demanda mundial de agua dulce. En 1825, había alrededor de 1.000 millones de seres humanos en nuestro planeta, que en su mayoría sacaban y utilizaban el agua con métodos preindustriales. Hoy, nos aproximamos a un total de 7.000 millones de personas en el mundo, con necesidades diarias cada vez mayores y con industrias (cemento, acero, chips de silicio, hoteles) que consumen inmensas cantidades de agua dulce. El crecimiento de la economía mundial desde 1800 y el afortunado incremento del nivel de vida de tanta gente han ido acompañados de un aumento incontrolado y desproporcionado del consumo de agua. Cada uno de nosotros gasta muchísimos litros más que nuestros abuelos. Aunque no existiera ninguna amenaza de las que que se sugerían más arriba contra la seguridad de nuestras reservas de agua, la demanda total está ejerciendo más presión sobre las reservas normales.
La segunda es totalmente distinta: se debe al tremendo aumento de la demanda mundial de agua dulce. En 1825, había alrededor de 1.000 millones de seres humanos en nuestro planeta, que en su mayoría sacaban y utilizaban el agua con métodos preindustriales. Hoy, nos aproximamos a un total de 7.000 millones de personas en el mundo, con necesidades diarias cada vez mayores y con industrias (cemento, acero, chips de silicio, hoteles) que consumen inmensas cantidades de agua dulce. El crecimiento de la economía mundial desde 1800 y el afortunado incremento del nivel de vida de tanta gente han ido acompañados de un aumento incontrolado y desproporcionado del consumo de agua. Cada uno de nosotros gasta muchísimos litros más que nuestros abuelos. Aunque no existiera ninguna amenaza de las que que se sugerían más arriba contra la seguridad de nuestras reservas de agua, la demanda total está ejerciendo más presión sobre las reservas normales.
Pero —y esta es la tercera amenaza— ¿y si además resulta que las
reservas originales están agotándose? ¿Y si no podemos seguir contando
con un caudal previsible en esos ríos que tanto significan para nuestra
vida cultural y social pero, sobre todo, para nuestra vida física? Según
muchos informes científicos, los mayores problemas actuales se producen
en Asia, donde la población aumenta de forma increíble y la estación de
las cosechas es cada vez más breve, porque las temperaturas son más
elevadas y las precipitaciones, más escasas. Numerosas comunidades a los
pies del Himalaya dicen que hay mucho menos deshielo. Ya no hay suaves
pendientes nevadas que se derritan en abril; la temporada de los
deshielos se acaba en febrero. Y no hay que olvidar que los glaciares de
todo el mundo están derritiéndose de forma constante e insidiosa, en
particular los gigantescos glaciares de Tíbet que alimentan tantos
grandes ríos de India, China, Myanmar y Vietnam. Estamos hablando del
futuro de 3.000 millones de personas. Y de unas sociedades que
reaccionarán con furia a la pérdida del agua, y unos Gobiernos que quizá
no respondan con prudencia sino de forma insensata, luchando por las
reservas de agua en vez de negociar para encontrar una manera científica
de compartir un recurso cada vez más escaso.
Regresemos, pues, a mi propuesta inicial. Los problemas que
obsesionan a los analistas estratégicos contemporáneos, a los expertos
de sillón en asuntos internacionales —cuestiones como Siria, las
disputas entre China y Japón por unas islas, Israel e Irán—, por muy
importantes que se crea que son, palidecen al lado de la crisis mundial
del agua. Desde el río Colorado hasta el Brahmaputra, el caudal de los
ríos disminuye. Díganme si hay algo que sea más importante que eso.
Paul Kennedy ocupa la cátedra
Dilworth de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad
internacional en la Universidad de Yale; es autor y compilador de 19
libros, incluido Auge y caída de las grandes potencias.
© 2012, Tribune Media Services, Inc.
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