Blog de Boca D'Or
El 23 de noviembre de 1909 las trabajadoras del textil de la ciudad de New York dicen basta. Hasta los ovarios están ya de la patronal y de sus supuestos compañeros de lucha, los machotes del sindicato. El día antes, en un mitin en el Cooper Union, harta de palabrería y generalidades sobre el sexo de los ángeles, una joven de 23 años, Clara Lemlich, judía ucraniana que llegó a la tierra prometida en 1903, pide la palabra, se sube al estrado y no se anda por las ramas, hay que ir a la huelga general y huelga todo comentario.
El 23 de noviembre de 1909 se produce el Levantamiento de las 20.000, la mayor huelga promovida por mujeres en Estados Unidos hasta ese día. La huelga durará 11 semanas y movilizará a unas 40.000 personas, el 70% mujeres, la gran mayoría jóvenes de origen judío emigradas de Europa oriental.
Las mujeres del textil trabajan en fábricas, talleres y en sus hogares del Lower East Side. Las condiciones son terribles. Sueldos de miseria, jornadas interminables de hasta 75 horas semanales, condiciones de seguridad y salubridad nulas, agravado en el caso de las mujeres por la discriminación salarial (los hombres cobran el doble) y acosos y humillaciones de todo tipo.
La presión sobre las huelguistas fue brutal, con una dura represión policial, persecución en los tribunales, listas negras vetando su contratación, y el ceño fruncido de los veteranos líderes sindicales que preferirían a las mujeres en casa preparando la cena. Eso en el caso de que hubiera comida para preparar la cena. A Clara Lemlich, un grupo de matones a sueldo de la empresa le rompen seis costillas de una paliza.
El 23 de noviembre de 1909 se produce el Levantamiento de las 20.000, la mayor huelga promovida por mujeres en Estados Unidos hasta ese día. La huelga durará 11 semanas y movilizará a unas 40.000 personas, el 70% mujeres, la gran mayoría jóvenes de origen judío emigradas de Europa oriental.
Las mujeres del textil trabajan en fábricas, talleres y en sus hogares del Lower East Side. Las condiciones son terribles. Sueldos de miseria, jornadas interminables de hasta 75 horas semanales, condiciones de seguridad y salubridad nulas, agravado en el caso de las mujeres por la discriminación salarial (los hombres cobran el doble) y acosos y humillaciones de todo tipo.
La presión sobre las huelguistas fue brutal, con una dura represión policial, persecución en los tribunales, listas negras vetando su contratación, y el ceño fruncido de los veteranos líderes sindicales que preferirían a las mujeres en casa preparando la cena. Eso en el caso de que hubiera comida para preparar la cena. A Clara Lemlich, un grupo de matones a sueldo de la empresa le rompen seis costillas de una paliza.
A pesar de todo, el apoyo de la Unión Internacional de Trabajadores de la Confección, con todas sus reticencias de género; la Liga de Sindicatos de Mujeres, sufragistas de clase alta; y el Partido Socialista, dio impulso a las reivindicaciones y despertó las simpatías de la opinión pública. Entre detenciones, sanciones económicas y agresiones, la huelga llegó hasta el 15 de febrero de 1910, con el 80% de empresas aceptando algunas demandas.
Así, gracias a la obstinación y decisión de aquellos miles de mujeres con una media de edad de 25 años, sus compañeros varones también pudieron beneficiarse de mejoras salariales, semanas laborales de 52 horas, limitación de horas extra a menos de dos horas y no más de tres días a la semana, vacaciones pagadas, negociación de salarios y obligación de la empresa a suministrar los materiales de trabajo, ya que las trabajadoras acudían al tajo con sus propias agujas, hilo y máquinas de coser. Y los más veteranos del sindicato tuvieron que admitir que el movimiento obrero tenía también voz de mujer.
Clara Lemlich, con su veintena de detenciones a cuestas, se afilió al Partido Comunista y continuó su activismo en diferentes frentes: sindical, por el voto femenino, por los derechos civiles, contra la guerra de Vietnam y las armas nucleares y en apoyo a los parados y contra los desahucios. Murió a los 96 años de edad en una residencia de ancianos en Los Ángeles, en la que aún le dio tiempo de organizar al personal en un sindicato y unirse a un boicot a favor de la United Farm Workers.
Una de las empresas que no firmaron el pacto fue la Triangle Shirtwaist Company, situada en los tres pisos superiores del Asch Building, entre Green Street y Washington Place. Allí murieron 123 mujeres en el incendio del 25 de marzo de 1911.
Y no sé yo si progresamos adecuadamente, que en 2012 morían 117 personas en la fábrica de moda Tazreen, en Dacca, Bangladesh, y en 2013, también en Bangladesh, el edificio Rana Plaza, que albergaba cuatro fábricas de ropa, se derrumbaba enterrando 1.127 vidas. Igual Bangladesh les parece una cosa lejana. No se engañen, probablemente es la tela que toca su piel.
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