Cristiano, adiós sin pena
Jamás tuvo destrezas emocionales ni quien se las entrenara y su vínculo con el Real Madrid terminó por ser un feliz matrimonio de conveniencia.
La pena es otra cosa. La pena es un sentimiento de pérdida emocional, no económica, ni estadística, ni siquiera deportiva. La pena incluye entre sus ingredientes el desgarro y la melancolía y en el adiós de Cristiano no existe tal cosa. Se echarán en falta sus goles, no cabe duda. Las victorias sencillas que no lo hubieran sido sin él. La sensación de seguridad que proporciona disparar con un cañón más grande. Pero los sentimientos, los más profundos, no entran en esta ecuación. Hay respeto y admiración, naturalmente. Sin embargo, no hay cariño, ni aprecio personal, esa estima casi familiar que se desarrolla con los deportistas que nos acompañan durante un largo trecho de nuestra vida.
Cristiano quiso ser números y a los números se los abraza mal y se los besa peor. Quiso ser el número uno, la cifra más alta de goles, de Balones de Oro, de ceros en su contrato, de Lamborghinis y de abdominales. Supo ser número, pero no supo ser víscera. Jamás tuvo destrezas emocionales ni quien se las entrenara y su vínculo con el Real Madrid terminó por ser un feliz matrimonio de conveniencia. Así lo aceptaron las partes. Sin amor, solo interés profesional. Sonrisas para la foto, pero camas separadas.
Por eso, en la hora de la despedida, solo cabe el dolor impostado de los que se sienten en la obligación de despedir a un ídolo aunque no saben cómo hacerlo, también por falta de entrenamiento. De un tiempo a esta parte, el Real Madrid tampoco ha trabajado en sus destrezas emocionales. Cómo llorar por Cristiano si no se lloró por Casillas. Qué hiriente contraste con las despedidas de Xavi, Iniesta, Torres o Gabi.
Se compara a Cristiano con Di Stéfano, y es un sacrilegio. Más allá de los porcentajes de goles y de los títulos logrados, Di Stéfano cambió una dinámica e instauró una forma de ser y actuar. Los tan manidos valores del Real Madrid son, todavía, una proyección de su carácter. La ambición caníbal, el orgullo, el esfuerzo sin desmayo, incluso la querencia por los cabellos rubios; todo tiene su origen en La Saeta. La aportación de Cristiano queda restringida a los libros de contabilidad, los almanaques y los récords. Todo eso le pertenece, y no es poco. Pero no dejará hijos, únicamente un huérfano: Karim Benzema.
Desde el inicio fue un jugador a contraestilo del Real Madrid, al menos eso pensamos los que todavía defendemos que el Real Madrid tiene un estilo, ahora te llaman pipero por eso. Cristiano ha sido un jugador de una insolidaridad insultante y de una gestualidad perniciosa, en primer lugar para sus propios intereses. No es casualidad que tardara tanto tiempo en ser aceptado por el Bernabéu, que transigió porque la victoria siempre es una tentación demasiado grande. Solo hizo falta mirar para otro lado en sus celebraciones infantiles y en sus zafias exhibiciones de músculos. No obstante, permanecía un reproche que afloraba en las épocas de sequía o en las pataletas recurrentes, nunca más allá del próximo hat-trick.
Cristiano se marcha y queda desearle suerte. La tendrá porque, aunque ha perdido la velocidad, pasará mucho tiempo antes de que pierda los goles. Le irá bien en Turín. Será un capítulo más de su productiva revancha contra el mundo. Esa que inició siendo un niño, cuando en Lisboa se reían de su acento. Tanto le dolió el desprecio de aquellos años que todavía se desquita. El ego, los complejos y la obsesión son miembros de la misma familia, la gasolina de los mil abdominales diarios.
Que le vaya bien porque dicen que es buen tipo. Nada deja a deber y nada se le debe. Adiós con honores porque los merece. Adiós con cornetas, espadas en alto y salvas de cañón. Pero adiós sin pena.
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