Les ofrecemos un estupendo artículo del corresponsal de La Vanguardia Marc Bassets en Washington, repasando la evolución de las guerras libradas por Estados Unidos en esta primera década del siglo XX tras los atentados del 11-S y cómo los analistas militares prevén se realizarán las guerras futuras de la gran superpotencia. Éstas habrán de ser más baratas, serán cada vez menos letales (al menos para los soldados norteamericanos), más tecnológicas (los éxitos de los drones están siendo reveladores) y serán soportadas cada vez más por fuerzas especiales y mercenarios privados. Es de destacar el distanciamiento de una gran parte de la sociedad estadounidense respecto a los sacrificios en vidas humanas propias (y por supuesto) ajenas que provocan los conflictos que libra su país.
Fotos: Big Picture
"Adiós a las grandes guerras"
Marc Bassets | Washington 05/09/2011
Una década de conflictos irresueltos deja paso a operaciones secretas | Libia, la muerte de Osama bin Laden y los 'drones' señalan la vía futura | El gasto militar se ha doblado, y la factura bélica supera el billón de dólares | EE.UU. tiene un ejército secreto y de élite formado por 25.000 soldados | Los gran mayoría de estadounidenses ha vivido estos años sin sacrificios | "Al final deberás tener a gente sobre el terreno", afirma un historiador militar.
La década del 11-S empezó con una exhibición de fuerza abrumadora de las fuerzas armadas más poderosas de la historia. Y termina con un país en el que la distancia entre la sociedad y los militares se ahonda y sin apetito para más conflictos. Estados Unidos, reacio a volver a enviar decenas de miles de tropas a lugares remotos e incomprensibles, opta con la Administración Obama por un nuevo tipo de guerra secreta con bombardeos con aviones sin piloto y operaciones con fuerzas especiales que escapan al escrutinio público.
En conversaciones con historiadores y expertos en seguridad en EE.UU., emerge un diagnóstico: para la inmensa mayoría de los estadounidenses, más del 90% de la población que no es militar ni tiene vínculos familiares con los militares, las guerras de esta década han sido guerras invisibles, lejanas. Hay una desconexión. No hubo, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, de los que el domingo se cumplirán diez años, un discurso de sangre, sudor y lágrimas. Al contrario: el entonces presidente George W. Bush animó a sus compatriotas a consumir.
"Excepto para las familias de los soldados que han servido varias veces en ultramar y que han realizado sacrificios enormes, para el resto de norteamericanos no ha sido una ocasión para el sacrifico. No hay un sensación de participación universal", constata Brian Michael Jenkins, que lleva cuatro décadas estudiando la amenaza terrorista en la Rand Corporation, el laboratorio de ideas de referencia en materia de seguridad, cuyo primer cliente es el Pentágono. Esta ausencia de sacrificio, en opinión de Jenkins, se disfrazó de alardes hiperbólicos de patriotismo.
Un motivo de este distanciamiento es que, para EE.UU., Afganistán e Iraq han sido mucho menos letales que guerras anteriores como Vietnam. En Vietnam murieron unos 60.000 estadounidenses. En Afganistán, una guerra más larga que Vietnam, han muerto unos 1.600. En Iraq más de 4.000. En Vietnam, además, el reclutamiento era obligatorio, lo que socializó el dolor. Todas las familias conocían a alguien que estaba en la guerra, o que había muerto. Ahora no. La superpotencia ha externalizado la guerra a los voluntarios, un segmento que no llega al 1% de la población.
"Nunca diría que el país no se preocupa. Pero la gente sigue con sus vidas –dice John McManus, historiador militar en la Universidad S&T de Misuri–. A veces me pregunto si este es el motivo por el que estas guerras hayan durado tanto. Sólo afectan una parte muy pequeña de la población, muy respetada, pero la mayoría de los americanos no tienen ningún vínculo con las fuerzas armadas y quizá no conocen a nadie que esté en ellas". La escasa implicación social en las guerras reduce la presión política para terminarlas.
Pero la ausencia de victoria en Iraq y Afganistán y el coste han hecho mella. Ambas guerras han costado 1,3 billones de dólares, según cálculos recientes. En estos diez años el presupuesto militar casi se ha doblado. Hay fatiga bélica, entre los ciudadanos y los gobernantes. "Esto puede hacer que Gobierno y población sean muy reticentes a ir a guerra y usar fuerza militar en grandes proporciones. Pero no creo que sea porque estas guerras no hayan tenido éxito, sino porque estas guerras han durado tanto y no se han decidido", dice Richard Kohn, profesor emérito de historia militar en la Universidad de Carolina del Norte.
En febrero, el entonces secretario de Defensa, Robert Gates, dijo que "cualquier secretario de Defensa que aconseje a un presidente volver a enviar un gran ejército terrestre a Asia, a Oriente Medio o a África debería hacérselo mirar". Hace unos días, su sucesor, Leon Panetta, presentó la intervención en Libia, en la que EE.UU. ha sido fundamental pero ha estado en un plano secundario, como un modelo para intervenciones futuras. Gates y Panetta resumían el arco que va de 2001 a 2011, de las intervenciones terrestres en Afganistán y, sobre todo, Iraq, a Libia y la muerte de Osama bin Laden en mayo.
El número de fuerzas especiales ha pasado de 1.800 antes del 11-S a 25.000 ahora, según ha revelado The Washington Post, que las define como "el ejército secreto de EE.UU." Bajo la dirección del Mando Conjunto de Operaciones Especiales, este ejército, que incluye a los Navy Seals, el grupo de élite que mató a Bin Laden, actúa no sólo en Iraq y en Afganistán sino en países con los que EE.UU. no está en guerra como Yemen, Pakistán, Somalia, Filipinas, Nigeria y Siria. En paralelo, la CIA ha desarrollado un brazo militar que, entre otros cometidos, controla los bombardeos con aviones no pilotados –zánganos, o drones, en inglés– que han liquidado a más de 2.000 supuestos terroristas desde el 2001.
La guerra secreta plantea problemas legales y éticos. Las muertes de civiles en operaciones nocturnas o en bombardeos, además, son contraproducentes para los intereses estadounidenses. Y algunos dudan de su efectividad. "La tecnología es importante, pero los drones sólo te llevan hasta cierto punto. Al final deberás tener a gente sobre el terreno que alcancen tu último objetivo, sea cual sea. Es muy difícil hacerlo usando sólo drones", dice McManus, autor un libro sobre los soldados rasos desde la Segunda Guerra Mundial hasta Iraq.
El profesor Kohn prevé que la fatiga bélica propicie cambios en las fuerzas armadas similares a los que ocurrieron tras la desmovilización posterior a guerras pasadas. Un precedente, añade, son los años veinte y treinta. El tamaño de las fuerzas armadas se redujo pero adoptaron nuevas tecnologías como tanques, camiones, aviones y submarinos. Kohn recuerda que también fue la época de las pequeñas guerras en países como Nicaragua o Haití. "Y en cierto modo –concluye– se luchaban del mismo modo que ahora luchamos contra los terroristas en distintas partes del mundo como el Cuerno de África y el sudeste asiático". En las guerras futuras resuenan ecos arcaicos.
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