viernes, 10 de julio de 2009

Lobos (1) Lalín, el lobo

Del recomendable blog de crítica literaria, filosófica y sentimental "El Escorpión" de Alejandro Gándara en El Mundo, publicamos su artículo "Lalín, el lobo" en el que el escritor cántabro narra su encuentro con un viejo lobo al que un día unos seres humanos sin alma instalaron para siempre el dolor y el odio en su mítico y primordial aullido.


Lalín, el lobo

Hace ya días que les escribo desde un retiro que me han prestado en las montañas de la cordillera Cantábrica, y hoy pensaba rematar lo de ayer con el caso de la 'burguesía' española y su variante cacipija. Pero es un tema aburrido y, en estos paisajes, nada ecológico. Además, tengo una historia:
hace dos noches di de morros con un lobo, sin la total certeza de que lo era.
Entraba en la casa pasada la medianoche cuando sentí una sombra que se movía en el camino de detrás. (Aclaro que la casa tiene a la espalda bosques que se extienden casi 40 kilómetros en línea recta, bosque autóctono y arcano, y que está en una soledad de cuento gótico). Encendí la luz y miré por la ventana: un perrazo gris, con el rabo lacio y colado entre las piernas, ojos lucientes, bajaba parsimoniosamente en dirección a la aldea cercana. Le silbé, se detuvo y me miró. Volví a silbarle, pues la situación resultaba algo indecisa, y entonces lanzó un aullido ronco y largo que se introdujo directamente en el cerebro reptileano (el de la época de cazadores y pintamonas de cueva).
Sin perder la parsimonia, dio media vuelta y comenzó a regresar al bosque, la cabeza girada siniestramente hacia la ventana, un escorzo raro. Le silbé un par de veces más y respondió en el acto con el mismo aullido, sólo que terminado en algo rugiente. Parecía francamente cabreado.
Al día siguiente, ayer, fui a buscar constataciones al ayuntamiento, en el que me informaron de que la descripción se correspondía con un lobo ibérico, probablemente un macho viejo. Cuando me iba orgulloso y contento con la revelación, el hombre que me atendió dijo:
-A lo mejor, no vuelve.
-¿Quiere decir que vuelven? -pregunté ante la extraña frase.
-Se ha puesto usted en su camino y él iba a algún sitio. Suelen ser bastante testarudos, y no olvidan.
Por la noche fui a cenar, dando un paseo, a un mesón de carretera situado a unos 500 metros de la casa. Le conté lo del lobo a la dueña (tampoco había clientela y aquí las conversaciones son oro). Ella dijo:
-Ése va a ser Lalín. Es preferible que no vuelva a la casa andando.
-¿Lo conocen?
-Este invierno le dio un susto a un viejo. Lo tuvo horas acorralado. No es que mate, pero odia a la gente y le gusta hacerlo pasar mal. Es una fiera muy vieja y bastante cabrona. Ahora llamo a mi marido para que le suba.
El marido me hizo repetir la historia y confirmó:
-Es Lalín. Unos cazadores de Tama hicieron una escabechina en su manada, sólo por deporte, hará tres o cuatro años. Ahora el bicho tiene malas pulgas y el problema es que esos animales evolucionan. Suelen ir a peor.
Mientras yo pensaba que lo de evolucionar a peor no es exclusivo de los lobos, el hombre me llevó en coche hasta el domicilio. Lalín no se ha presentado esta noche, y eso que estuve haciendo guardia hasta las dos. Me gustaría volver a verle, repetir la sensación de estar ante alguien que viene de lo profundo del tiempo y la memoria, y recibir esa mirada perforante. Nada mejor para desconectar de las habituales, cada vez más funcionarias o cacipijas.
Se me ha ocurrido lanzarle un sobre de salmón ahumado (lo de dentro, quiero decir) cuando nos encontremos: es que en el frigo hay un montón, y además me gusta. Lo único, que más vale que ponga uno en la mochila, no vaya a ser que la próxima cita me pille fuera de casa, en mitad de la oscuridad y del camino.

Por cierto, no es la primera vez que tropiezo con un lobo. En aquella otra, yo tenía nueve años y fue en Gredos. Pero no viene a cuento ahora. Lo que me pregunto es si no será mi animal totémico. Es que yo soy muy malo para descubrir mis tótems.

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