miércoles, 23 de diciembre de 2009

Muros (2) Muros de silencio


Queremos la anexión, un grito silencioso

En Vida y Tiempos... nos queremos unir a la campaña "Queremos la anexión" que la agencia de publicidad Contrapunto realiza para la Confederación Estatal de Personas Sordas, CNSE, con el objeto de sensibilizar a la sociedad española sobre la exclusión que, dentro de su propio país, sienten más el más de un millón de personas sordas y con discapacidad auditiva que existen en España.

Según sus propios datos, en España hay un total de 2.781 intérpretes de lengua de signos española acreditados, de los cuales sólo un 25% está trabajando. Teniendo en cuenta que deben atender a unos 100.000 usuarias y usuarios de este idioma, la realidad muestra que hay 1 intérprete por cada 143 personas sordas y con discapacidad auditiva, mientras que en otros países europeos el ratio es de 1 intérprete por cada 10 personas sordas. El objetivo de esta iniciativa es dar a conocer la realidad del colectivo y desmantelar todas las fronteras que lo separan del resto de la sociedad.

Les ofrecemos el documental El país de los sordos (Le pays des sourds, 1992) del director francés Nicolas Philibert. En él, un grupo de actores sordos, una escuela de niños sordos, un profesor de Lengua de Signos Francesa (LSF) así como otros sordos nos introducirán, contándonos sus sensaciones y sus experiencias en su extraño y a veces solitario mundo de silencio casi absoluto. ¿Cómo es su vida? ¿Cómo les tratan los oyentes?

En palabras del propio director, cuando descubría el fascinante universo del lenguaje de signos francés
«Al descubrir la belleza del lenguaje de signos, el sorprendente arco de sus posibilidades, y la importancia de los detalles visuales para los sordos, la agudeza de su observación, la increíble memoria visual que poseen, comencé a pensar que un film sobre las personas sordas sería como trabajar con la esencia misma del cine»
Extractamos algunos de los párrafos de la estupenda crítica que el blog Tren de sombras ha escrito sobre este emotivo y necesario documental.

(...) En el país de los sordos invierte calladamente nuestro concepto de normalidad”, descubriéndose a golpe de revelación y sembrando un delicado clima de empatía con la comunidad sorda. Para ello, Philibert se sirve —al igual que haría diez años después en de la figura central de un enseñante, el gran Jean-Claude Poulian, un profesor sordo de lenguaje de signos, que actuará de interlocutor pertinaz a lo largo del filme. Frente a la tradicional figura del contador de historias, en el material promocional del ciclo se define a Poulian como un “gesticulador de historias”, una denominación certera dada la capacidad comunicativa —y la pasión— del maduro profesor, que nos inunda con su gesticulante locuacidad. Poulian, que sufrió las consecuencias de una educación anquilosada y brutal que le ataba las manos a la espalda para obligarle a hablar, se ha convertido en un ferviente defensor de la enseñanza bilingüe de los lenguajes sonoros y los de signos.

Para entender la importancia de esta normalización, Philibert elige una clase de niños sordos que, con gran dificultad, dan los primeros pasos en su aprendizaje y entrevista a un amplio espectro de personas que nos transmiten, con desarmante naturalidad, parte de los problemas que han de afrontar por su condición a lo largo de su vida.

Muchas de ellas viven, según nos dicen, una vida tan plena (o tan vacua) como puede ser la nuestra, pero lo hacen inmersos en un mundo silencioso, estanco e impermeable, en el que los sordos se casan con sordos y los padres desean que sus hijos nazcan privados del sentido del oído, pues no consideran su ausencia como una tara sino todo lo contrario. Como nos cuenta Poulian al respecto de su hija oyente: «Había soñado con tener una hija sorda, la comunicación hubiera sido más fácil. Pero la quiero igualmente».

Otro de los entrevistados nos explica la situación de su familia donde todos los miembros son sordos de nacimiento menos una “pobrecita” que tuvo la desgracia de nacer con su sentido del oído intacto y que se siente desplazada en medio de su familia. A pesar del cálido humor con el que están filmadas, estas declaraciones no dejan de provocar extrañeza y cierta tristeza, pues la deseada normalización nunca podrá realizarse si los sordos continúan desarrollando una existencia paralela y, en cierto modo, aislada a la del mundo exterior. Aunque, ¿quién puede culparles? Un aparte tranquilo siempre nos parecerá romo y acogedor frente a un mundo demasiado afilado. Vive la différence!… qué utópico grito.

Pero no nos dejemos llevar por el pesimismo; nada más lejos de la intención de Philibert que el amarillismo o la zafia acumulación de anécdotas más o menos emotivas, más o menos tópicas, a los que nos tienen acostumbrados los reportajes televisivos “de investigación”.

Casi sin darnos cuenta, el cineasta francés ha volteado con gesto decidido su tortilla de nitratos y su vivaz narración nos sitúa ante un grupo de amigos que recibe a unos estudiantes extranjeros de intercambio. Todos ellos son sordos. Poco a poco, comienzan a conocerse y a enlazar complicidades. En sus manos descubriremos que, al contrario de lo que se suele pensar, el lenguaje de signos no es internacional y existen diferencias entre los distintos países, variantes que en seguida se ven superadas por la ductilidad mimética de los signos. Llegado el momento, asistiremos a la emotiva despedida cuando los visitantes hayan de partir, pero Philibert se mantiene muy lejos de cualquier sentimentalismo. La sobriedad y la distancia del punto de vista elegido provocan una limpia pureza en la mirada que los espectadores dirigimos hacia estas personas, muy de agradecer ante la impudicia audiovisual que nos rodea en la actualidad (...)

En definitiva, una excelente oportunidad para conocer y valorar la lengua y la cultura de una comunidad que vive entre nosotros y merece ser respetada y comprendida por todos, para diluir las fronteras de la exclusión que la incomunicación ha construido en algunos de sus alrededores, para saber qué sienten mientras sus manos coreógrafas dibujan en el aire palabras, ideas, comunicación entre ellos y nosotros.



Nota: En los subtítulos no hay eñes ni tildes.

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