viernes, 16 de diciembre de 2011

Puta guerra (6) Guerra de Irak, ¿misión cumplida?







Ramón Lobo y Antonio Caño, de El País, analizan la retirada oficial del ejército estadounidense de Irak tras ocho años y medio de presencia militar y el país que dejan detrás.

Aquella guerra creada por la mentiras de Bush y Rumsfeld y apoyada (moviendo alegremente la cola) por nuestro presidente de entonces, José Mª Aznar, deja un país destrozado, con una sociedad dislocada por la violencia sectaria en la que amplias capas de la población siguen careciendo de los equipamientos básicos para la vida diaria, sacudido cada poco tiempo por secuestros y coches-bomba y con una gran influencia del peor enemigo de E.E.U.U. en la región, Irán. Además de exacerbar el sentimiento anti-norteamericano en todo el mundo musulmán. Todo bien, entonces. Como dijo George W. en la cubierta de aquel portaaviones, "Mission accomplished".



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Una retirada sin memoria
Ramón Lobo 15 dic 2011
Ocho años y medio son muchos años; ayudan a adecentar la memoria colectiva, a reescribir la historia y eliminar detalles que estropean el cuadro de la victoria. ¿Quién se acuerda hoy de las armas de destrucción masiva que todos decían saber que existían y nadie encontró? ¿Quién se acuerda de las presiones sobre Hans Blix, jefe de los inspectores de la ONU en Irak? ¿Quién habla hoy de la intervención de Colin Powell en el Consejo de Seguridad con un tubito lleno (supuestamente) de ántrax? ¿Quién recuerda las declaraciones de Dick Cheney en las que afirmaba que Sadam Husein estaba relacionado con Al Qaeda y, por lo tanto, con los atentados del 11-S.?¿Quién menciona hoy el caso Plame, las torturas en Abu Ghraib, matanzas de civiles como la de Haditha? No es tiempo de remover el pasado, sino de vender una victoria que no es.
La invasión de Irak comenzó el 20 de marzo de 2003 con pocas tropas (265.000) en comparación con 1991 (casi un millón). La diferencia se debía a que el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, sostenía su estrategia en una idea simplista: la población recibirá a los soldados de EEUU como libertadores. ¿Y si no lo hace? No hubo preparativos para responder a esa pregunta. Cuando comenzaron los saqueos, EEUU carecía de medios para evitarlos. También, de voluntad. Esa permisividad dinamitó su prestigio: pasaron de la liberación a la ocupación.
El régimen cayó en tres semanas. Cuando las tropas estadounidenses entraron en Bagdad el 8 de abril de 2003 hubo un gesto inconsciente que delató el programa del atacante: al derribar la estatua de Husein en la plaza del Paraíso colocaron al cuello del dictador una bandera de EEUU; tras darse cuenta del error la cambiaron por una iraquí. Ese día, los generales estadounidenses dieron por terminada una guerra justo cuando empezada otra, la de la insurgencia.
Hoy nadie recordará el error mayúsculo del virrey Paul Bremer, en mayo de 2003, al disolver el Ejército y expulsar de la Administración a los militantes del Partido Baaz. En un solo decreto, Bremer destruyó el Estado y mandó a la insurgencia a decenas de miles de soldados armados.
Hasta 2007, EEUU luchó contra dos resistencias, la iraquí, y la vinculada a Al Qaeda, atrapado por su propia propaganda. Cada general que tomaba el mando se subía en los mismos zapatos del anterior. Todo empezó a cambiar en 2007, con la llegada a Bagdad de David Petraeus, quien tomó una medida arriesgada, fuera de la línea oficial de pensamiento: aliarse (comprar) con la insurgencia local y dotarla de medios para que luchara contra Al Qaeda. Los hombres que habían atentado contra los soldados estadounidenses pasaban a trabajar para el Pentágono.
En Afganistán se ha intentado repetir la estrategia de la mano de Petraeus, pero Afganistán no es Irak, no hay una guerra civil entre suníes y chiíes, con los kurdos a la espera; en Afganistán dominan los pastunes, de donde surgen los talibanes. Los pastunes no se venden; el tiempo, la historia y la geografía de Afganistán juega en su favor. En Afganistán se está perdiendo la guerra y el ganador estratégico será Pakistán y, en segundo lugar, Irán.
El fracaso afgano se explica en la misma ceguera: pensar que el mundo visto desde una pantalla de Washington es el mismo que está allá fuera. Hay dos fechas claves. El año 2003, cuando EEUU y sus aliados consideran que el trabajo de Afganistán estaba hecho y atacan Irak. Y 2007, cuando los talibanes toman la iniciativa de la guerra después de que Petraeus incrementa las tropas en Irak en detrimento de Afganistán.
Estados Unidos se va de Irak con honores y un puente de plata. Atrás queda un gobierno estable y un país destruido. En Afganistán no habrá honores y Hamid Karzai y su Gobierno de señores de la guerra no tiene posibilidad alguna de sobrevivir media hora sin el apoyo militar de EEUU.


El final de un inmenso error


El saldo negativo de la guerra se ve en EE UU ligeramente mitigado por su desenlace. Obama trata de reclamar el mérito de haber cerrado el conflicto

Antonio Caño Washington 15 dic 2011


Estados Unidos ha puesto oficialmente fin este jueves a la guerra de Irak, la más impopular operación militar desde Vietnam y un fracaso, mitigado por su aceptable desenlace, que condicionará para siempre la intervención norteamericana en otros países. Probablemente, EE UU deja Irak mejor de lo que lo encontró hace cerca de nueve años, pero en el camino se ha pagado un precio, en vidas, prestigio y credibilidad, que difícilmente justifica una aventura emprendida con fines ideológicos y desarrollada de la forma más caótica.
Barack Obama, a quien le ha tocado concluir lo que George Bush empezó, ha conseguido reparar algunos de los daños causados. La retirada se hace en circunstancias relativamente tranquilas, con cierta dignidad y entregando el poder a un Gobierno que representa con bastante legitimidad la soberanía nacional iraquí. La Liga Árabe celebrará su próxima cumbre en Bagdad como prueba de que ese país está ya plenamente reincorporado a la comunidad a la que pertenece. Liberado de Sadam Husein y la dictadura que él dirigió, Irak tiene hoy más posibilidades que otros países de la región de sumarse a la ola democratizadora que comenzó hace un año en Túnez.
Pero, como ha reconocido hoy el secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, en la ceremonia de Bagdad, esa posibilidad está peligrosamente en riesgo. “Irak será puesto a prueba en los próximos días por el terrorismo, por aquellos que intentan dividirlo, por las dificultades económicas y sociales”, advirtió.
EE UU ha prometido seguir ayudando a Irak a estabilizar su democracia, y no hay duda de que este país tiene una deuda moral con una nación que invadió ilegalmente y a la que condujo a una guerra civil que puede haber causado cerca de 100.000 muertos. Pero la realidad es que en EE UU importa ya poco lo que suceda a partir de ahora en Irak, excepto en lo que pueda afectar a la expansión de la influencia de Irán.
Irak y EE UU han separado sus caminos y cada uno tendrá ahora que sacar las consecuencias adecuadas de los años pasados. Para EE UU se trata, fundamentalmente, de olvidar lo ocurrido. Guantánamo, Abu Ghraib son nombres que pasarán a la historia de la infamia norteamericana en la misma categoría que My Lai. Faluya o Bagdad se incorporan a la lista de batallas libradas hasta ahora por el Ejército norteamericano, pero con bastante más pena que honra.
Obama decía el miércoles a las tropas que regresaban de Irak que “es más fácil acabar una guerra que empezarla”. En algún sentido eso puede ser verdad. Obama ha puesto a fin a una guerra que los norteamericanos no apoyaban desde hacía años y trata ahora de reclamar electoralmente el mérito por ello. Pero no se acaba una guerra cuando el último soldado vuelve a casa. La guerra de Irak es una lección que EE UU tiene todavía que aprenderse a fondo y que condicionará actuaciones futuras. Panetta admitió al asumir su cargo que es muy improbable que EE UU vuelva a actuar en Oriente Próximo en la forma en que lo hizo en Irak, con el despliegue masivo de fuerzas de ocupación.
Irak dejó, en el plano de la política doméstica, otra serie de mensajes que todavía no han sido suficientemente digeridos. La utilización de los servicios secretos a favor de intereses ideológicos y la manipulación de la ley para proteger actuaciones criminales fueron algunas de las consecuencias de la guerra de Irak que en su día avergonzaron a los norteamericanos y que, en parte, explican la victoria electoral de Obama. Pero esa vergüenza no ha sido suficiente como para crear una sólida conciencia nacional de protección del Estado de derecho. Guantánamo sigue hoy abierto porque un sector de la clase política, apoyado por los votantes, pone aún los intereses de seguridad sobre las obligaciones democráticas.
Todavía pueden pasar muchos años hasta que la huella de Irak se borre por completo en EE UU. La de Vietnam aún se mantiene en varios aspectos. Pero, como en cada guerra sin gloria, todo el mundo trata de olvidarla cuanto antes. Los veteranos de Vietnam encontraron a su regreso un país que les daba la espalda y los condenaba a la marginación. Los veteranos de Irak han recibido un acogida más calurosa, pero igualmente su reincorporación a la sociedad será difícil. El monumento a la guerra de Vietnam es subterráneo y triste. El de Irak quizá no sea levantado jamás.

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